sábado, 11 de agosto de 2018

ADELANTE



   No le gustaba trabajar, en la infancia, su Madre, hacía constar ante quien quisiera oír: “Es incapaz de levantar un papel del suelo”.
   Podía vivir sin trabajar, su Madrina bendijo su anorexia laboral. Cuando falleció le dejó una fortuna. Por soledad y por desgracia buscó conchabo en internet, aceptaron su solicitud, pero en ningún lugar figuraba de qué se trataba. Tenía la dirección, había un terreno de cuatro manzanas sin construcciones y una tapa de Obras Sanitarias, a ras de la tierra, con un picaporte. Bajo relieve se leía: “Baje sin llamar”.
Lo atendió un anciano de barbas blancas, largas hasta las rodillas. Ninguno se dio ni las buenas tardes. Barba larga habló primero: —Todo consiste en editar 35.000 ejemplares de un libro que yo escribí con las peores intenciones, le aclaro que no muerde. Tosió seco y gargajeó vivo de risa. Levante Ud este paquete, con las primeras ediciones que son 1.000, debe encargarse de la venta y la edición de los 34.000 restantes. Prefiero una editorial desconocida.
   El nuevo trabajo lo inquietó: —Si no es molestia quiero saber el título del libro y algo referido al contenido.
   El viejo miró la escalera de caracol y por vez primera le notó una exacta similitud con la vida. 
   —La curiosidad de algunos jóvenes me sigue asombrando, sé que lo leerán. Los libros están cerrados. Sólo el comprador podrá abrirlos. Casi olvido decir, que se venderá únicamente a personas lectoras. El título es una ligera modificación de lo que reza la puerta de mi casa: “Entre sin llamar”. En cuanto al contenido, Ud dirá, si es lector y lo compra. Todo está pagado, aún la editorial es la única desconocida, la encontrará enseguida. Muchacho, este trabajo lo ocupará la vida entera, puedo asegurarle que habrá reediciones. Ud mismo debe encargarse de las ventas, lector por lector. Cuando termine, le pido, que me visite, gustaría de saber la repercusión de mi obra.
   Alquilé el Congreso de La Nación por tiempo indeterminado. No iba nunca nadie. Se rumoreaba que en el año 2.078 será demolido por el pueblo en su conjunto, que en ese tiempo andará con pensamiento.
   Pasé años dentro del Congreso, vendiendo cientos y cientos de libros cerrados, terminé por llevar mi cama y dormía allí. Nunca me atreví a abrir ningún libro, por no ser yo lector.
   Cuando quedó el último ejemplar, no lo pude resistir. La portada era como la descripción del autor, con el agregado de “Editorial Desconocida”. El nombre del barbado “Ausencio Bajotierra” y dentro había 250 páginas en blanco.
   Por voces que llegaron a mis oídos, supe que los adquirentes lectores escribieron su propia novela, en el libro sin letras.
   Visité al barbado, había unos trabajadores de Obras Sanitarias y aseguraron que allí nunca pudo vivir nadie, porque siempre estuvo lleno de aguas servidas.

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