—Estamos más cerca del arpa que de la guitarra
y sabés que toda la vida toqué el arpa. Ahora dejé, con todo lo que voy a tocar
en el cielo. Si Dios es piadoso y me perdona.
El Viejo daba
pena, le regalé mi guitarra de concierto, no la usaba y él quedó tan agradecido
que me regaló el arpa.
—Necesito
alguien con experiencia, buen oído, buena digitación, si vos decís que el Viejo
toca bien, mandálo.
Tenía miedo el
Viejo, era modesto como todos los genios. Se hizo el grupo, sus cuerdas
armonizaban cualquier desperfecto. Hicieron recitales, grabaron cuatro discos,
batieron record de ventas. Les entregaron el Grammy, dos veces consecutivas. Me
irritaba ver el arpa en el ángulo oscuro del living. El Viejo quería hablar
algo conmigo:
—Te vengo a
cambiar el arpa por tu guitarra. No tendré problemas de dinero, hasta que la
parca me señale.
Llevó su arpa y
tocaba en iglesias, casamientos, discursos políticos, colegios, subterráneos,
almuerzos empresariales. Dormía en la Terminal de micros. En el banco donde dormía murió abrazando el
arpa. Una sola cuerda replicó en el recinto, cuando se perdió pregunté igual
que una arpista antes de ser cubierta de escombros “¿Dónde va la música cuando
ya no suena más?”
Fui a buscar la
guitarra para seguir la música junto a él, que parecía dormir. Busqué,
pregunté, describí a él y su arpa. Nadie sabía. No les creí, me senté en el
mismo banco y su luz guiaba mis cuerdas y la música volaba por los pasillos, se
metía en todos los micros, allí me quedé. A veces hacíamos duetos. Sus acordes
ordenaban los míos.
Pasó la Parca y
nos llevó a los dos. Cuando Dios observó que no teníamos los instrumentos,
llamó a la Parca:
—Hace Siglos, de
Siglos, que trabajás acá, por ser tan inoperante, bajá y traé los instrumentos.
¿No se te cruzó por la hoz?
¡Qué lindo que
es tocar recostado en una nube! Y tener a tu mejor amigo en la nube de al lado.

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