—¿Vos pensás que
con esto me alcanza para las compras del día?
Él arreglaba el
nudo de su corbata y puso esmero. Hizo todo frente al espejo. No la escuchaba,
en diez años de convivencia él decidió ausentarse de las protestas, exigencias
o reproches.
Sonó el
teléfono, ella atendió, una voz edulcorada pidió comunicarse con él. Le pasó el
tubo, decía:
—Sí, sí, sí, en
diez minutos estoy.
—¿Quién
era?
—La secretaria.
Ella miró de sol
rayo y preguntó por la señorita anterior.
—Le dieron su
retiro por edad avanzada ─tenía cincuenta años, más eficiente que una compu.
Ella la conocía sólo por teléfono, pero se entendieron siempre, con respeto y
bonhomía.
La empresa
decidió que el personal debía cambiar, gente joven, para dar una imagen nueva.
Cuando calculó
que él ya había llegado a su oficina, llamó de inmediato, atendió la secretaria
edulcorante. Cuando él tomó el tubo repitió más de tres hola, hasta escuchar la
voz de su mujer. Le decía que la plata le alcanzó para la mitad, él cortó y
pidió que no le pasaran ninguna llamada. Cuando entró, taconeando fuerte, con
dos bolsitas del súper, la vio: calzas rojas, rubia teñida, con una voz de
mariposa cazadora, no tenía más de veinte años. El marido quedó sorprendido por
la visita de fuego, antes que le pidiera nada, le advirtió que no tenía un
centavo. Ella se fue, no sin antes sacarle la lengua a la señorita buscona.
Ni bien abrió la
puerta de su casa, sonó el teléfono, escuchó a su marido con voz confundida:
—Me despidieron,
querida.
—¿Por qué razón?
─preguntó ella con voz derrotada.
—Quieren gente
joven en los cargos jerárquicos. Dicen que mi edad es avanzada.
Comieron en
silencio, fideos sin queso y dos mandarinas. Agua de la canilla. Él apoyó la
mano en la mesa, ella depositó la suya por encima. Sonó el teléfono:
—Señor, lo
llamamos de la empresa, necesitamos entrenar a la gente nueva, le abonaríamos
la mitad de lo que percibía.
Él cortó y su
mujer lo desenchufó.

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