Todos me dicen
la diferencia de edad:
—Mirá que entre
vos y ella hay muchos años en el medio.
Si es por el
tiempo, me parece totalmente en vano, el que inventó las horas, los días, los
meses, los años, junto con el obsesivo del reloj, tajeando la vida con dos
agujas. Es multimaravilloso vivir despacio, que los ojos se llenen de verdes,
amarillos, azules, que el banco de madera tenga un ángulo faltante y debería
arreglarlo. Debería no quiere decir que deba.
¿Es casi una
adolescente? ¿Una joven? ¿Una vieja operada?¡Qué me importa! Si podemos hablar
el mundo con ella. Su figura frágil, los ojos tristes y el pelo fucsia. Todos
me dicen:
—Parece tu hija,
che.
Ojalá hubiera
tenido una hija así. La mía carece de existencia para mí y es mutuo.
El más
preocupado era Eugenio. Nunca encontraba el espacio para contarle, éramos
amigos, no quería dañarlo.
—Eu, me voy a
casar con ella.
Él fruncía la
cara completa.
—Vos sabrás cómo
proceder, es triste para la joven, aunque seas un payaso divertido.
Yo le digo, es
ahora o nunca dejará de ser una traición.
—Mañana nos
casamos y quiero que seas el padrino, ella está sufriendo en casa, hecha un
rollo, te tiene miedo.
Volvió a fruncir
la cara:
—¿Quién es la
chica? Quiero saber su nombre al menos.
—No necesitás
saber su nombre, la chica… qué se yo… no sé explicar… la conocés… La chica es
tu hija.

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