jueves, 29 de septiembre de 2022

A RUMANIA Y UCRANIA, CON AMOR

 

   En su última visita le tuvimos que decir que no lo podíamos ayudar más, no alcanzábamos a pagar nuestros impuestos.

   Y ahora, con esto del gas diluido, con no sé qué mierda, pasamos frío, sin estufa, con estufa también. 

   —¿Vos te arreglás más o menos?

   Él nos miró y dijo que trabajaba doce horas por día, cuando llegaba a la pensión, caía en el colchón como un paquete. Quisimos hacer un viaje hasta la ciudad de nuestro hijo, quinientos kilómetros, una fortuna en viaje, riesgo de ida y vuelta. Alquilar cochera al precio de un departamento en la Ciudad Infeliz. Comer afuera ni hablar, no existe, ni siquiera tomar un café. Con todo ese costo le mandamos una encomienda y aparecen miedos, si el micro vuelca, si un valijero le roba la encomienda. Y gracias a un país devastado, no veo a mi hijo desde hace un año y seis meses. Lo despidieron del laburo y no conseguía otro, a pesar de su tenacidad. Un cartel decía “Agencia de empleo”. La empleada, con aflicción le dijo que ella también recibió un telegrama de despido, la Agencia de Empleos cerraba porque estaba pasando por un ahogo financiero. En el momento de apoyar la cabeza fuerte contra la pared, mirando hacia abajo las hormigas, trabajadoras incansables, con planta permanente y que a nadie despide. Pasó una chica:

   —¿Te puedo ayudar en algo, te sentís mal?

   Su nombre era Rumania, fijaron una cita, se hicieron amigos y ella le sugirió viajar a Rumania, tenía un hermano ingeniero, tal vez consiguiera algo para él. Tenía más familia en Ucrania, su mejor amiga, su prima Ucrania. Le dieron trabajo, luego de casarse con Rumania. Nunca pensó regresar, sus padres entendieron. Todos los Argentos entienden. Es una multitud silenciosa y cagona. La primera niña que tuvieron la bautizaron Argentina. Parajodal.

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