En su última
visita le tuvimos que decir que no lo podíamos ayudar más, no alcanzábamos a
pagar nuestros impuestos.
Y ahora, con
esto del gas diluido, con no sé qué mierda, pasamos frío, sin estufa, con
estufa también.
—¿Vos te
arreglás más o menos?
Él nos miró y
dijo que trabajaba doce horas por día, cuando llegaba a la pensión, caía en el
colchón como un paquete. Quisimos hacer un viaje hasta la ciudad de nuestro
hijo, quinientos kilómetros, una fortuna en viaje, riesgo de ida y vuelta. Alquilar
cochera al precio de un departamento en la Ciudad Infeliz. Comer afuera ni
hablar, no existe, ni siquiera tomar un café. Con todo ese costo le mandamos
una encomienda y aparecen miedos, si el micro vuelca, si un valijero le roba la
encomienda. Y gracias a un país devastado, no veo a mi hijo desde hace un año y
seis meses. Lo despidieron del laburo y no conseguía otro, a pesar de su
tenacidad. Un cartel decía “Agencia de empleo”. La empleada, con aflicción le
dijo que ella también recibió un telegrama de despido, la Agencia de Empleos
cerraba porque estaba pasando por un ahogo financiero. En el momento de apoyar
la cabeza fuerte contra la pared, mirando hacia abajo las hormigas,
trabajadoras incansables, con planta permanente y que a nadie despide. Pasó una
chica:
—¿Te puedo
ayudar en algo, te sentís mal?
Su nombre era
Rumania, fijaron una cita, se hicieron amigos y ella le sugirió viajar a
Rumania, tenía un hermano ingeniero, tal vez consiguiera algo para él. Tenía
más familia en Ucrania, su mejor amiga, su prima Ucrania. Le dieron trabajo,
luego de casarse con Rumania. Nunca pensó regresar, sus padres entendieron.
Todos los Argentos entienden. Es una multitud silenciosa y cagona. La primera
niña que tuvieron la bautizaron Argentina. Parajodal.
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