Al final me di
cuenta que mi madre fue es y será una persona desconocida. Nunca supe cuáles
eran sus deseos, los profundos, los que no se dicen, ni ella sabía quién era.
Yo tampoco sé quién soy, pero me voy dando cuenta.
—Tenés que
estudiar para ser alguien. Tenés que saber inglés, es útil. Tenés que vestirte
bien para conseguir trabajo. Tenés que tender tu cama. No fumes, lo dijo el
médico.
Todos mandatos
relativos, como el médico que le dijo que yo no debía fumar, el Doc se mandaba
tres atados por día. Mi marido no me besaba la boca, confesó que el olor a
pucho le daba náuseas.
Cuando tiraba
perfumina, lo hacía también sobre mi ropa. La comezón del séptimo, se adelantó
dos años. El día que vi en sus ojos los ojos de mi madre, le pedí el divorcio.
Se fue. No me interesa dónde. La casa cobró el doble de su tamaño. No tendía la
cama ¿para qué? Si a la noche me acostaba de nuevo. Estudié dos carreras, hablo
inglés, me visto con lo primero que encuentro y conseguí trabajo en un call
center.
A la vieja le
cumplí sus deseos, suprimiendo algunos.
Tenía un
compañero médico y cineasta que laburaba en el call center. Nos cansaron,
hablar de alguna oferta y recibir a cambio una puteada. Decidimos vender la
casa de mi madre, a él le pareció excesivo, en un principio, luego de contar
que mi vieja era un cocodrilo, aceptó. La vendimos con cocodrilo y todo.
Entendió quién era ella y marchó al zoológico.
Vivimos de
nuestras profesiones en Chateaubrisa, un conjunto de islas. El primer domingo
libre que tuvimos, fuimos a la playa, nos sentamos en arena húmeda mirando el
horizonte, en las aguas tranquilas. Vimos algo con movimiento que se dirigía a
nosotros, era el cocodrilo, saludaba abriendo sus fauces.

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