Un auto nuevo,
era el sueño de Nico, había ahorrado toda su vida. Desconfiaba de los bancos y
guardaba todo en su casa, bajo medio metro de tierra. A las doce de la noche se
quedó sin puchos, como todo fumador salió a buscar un kiosco.
Recién a las tres
de la mañana encontró uno abierto.
Camino a su casa
divisó movimientos extraños, eran ladrones. Se llevaron todo, la casa quedó
hasta sin postigones. Una camioneta en la puerta, esperaba cargar. Hasta su
dinero llevaron. La prueba era el agujero que dejaron en el fondo. Nico pensó
en llamar a la policía, lo pensó como acto reflejo:
—Yo lo
soluciono, creo ser más eficiente que ellos.
Siguió la ruta
de su dinero, la ruta de los muebles y hasta los postigones en la autopista
quinientos cuarenta y cinco.
En un momento
daba vueltas sobre sí mismo y casi lo atropella un enorme camión. El tipo, que
resulto un tipazo, lo subió al camión. Nico, atontado por su búsqueda de
hormiga, hacía el relato tan minucioso, que el camionero encontró todas y cada
una de sus piezas robadas, hasta una bolsa de residuos repleta de dinero.
—¿Cómo pudo
realizar este milagro? ─preguntó Nico─ ¿Sabe
qué pasa Señor Nico? Por mi profesión, conozco los desarmaderos de la zona, si
usted quiere, Señor Nico, les podemos dar su merecido.
Así fue cómo el
camionero, dejó a los tipos violeta, Nico desmayó a tres o cuatro. Cuando se
despidieron Nico desató la bolsa y le regaló un puñado de dinero.
—No don, no se
equivoque ¿Cómo me va a regalar algo que pensé que era una bolsa de basura?
Compró el auto
ese mismo día. Dio la sorpresa a su mujer que preguntó cómo lo hizo.
—Autogestión,
vieja, autogestión.

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