El Sr Borderjam
recorría su futura casa sin terminar. Una sorpresa para su mujer y su hija.
Tenía líneas rectas, cruzadas por otras líneas rectas. Ventanas reemplazando
paredes. Sótano para el rincón de los recuerdos y terraza para los libros. Piso
de mármol de Carrara. Cuando hasta el último detalle concluyó, el Sr Borderjam
la decoró con nada y cañas.
La limpieza fue
exhaustiva. Llamó a las chicas, en una colina de seda se erguía la nueva casa.
Sofi gritaba:
—¡Sacaron los
árboles! Dejaron sillas y asoma la savia que agoniza. Yo acá no me quedo si no
ponen árboles que echen tronco en breve, que tapen la casa, detalles sensibles,
el mucho y el puro árbol.
—Hija, este
solar fue hecho para mirar el césped alrededor y sentir el aire brisado.
—Yo prefiero
abrazar un árbol, que tener brisas.
Se hizo según
los deseos de Sofi. La casa quedó cubierta de árboles, enredaderas, claveles
del aire, glicinas. Ellos hicieron bosque y hubo que abrir algunas ventanas
para que pasaran las ramas.
Comenzó la confusión
de recuerdos del sótano, con libros del techo. Las raíces crecían al compás de
los árboles, algunas salían de la tierra para espiar la casa. La costumbre hizo
que no se asombraran cuando empezaron a crecer árboles adentro.
Tuvieron que
cambiar los recorridos de la casa, había que ser ingenioso para usar el
retrete. Ante tantos inconvenientes no tocaron ni ramas ni árboles. Pasaron
unos años, la flia arañada, raspada y los tres habían bajado de peso, piel y
hueso, casi.
Durante la
fiesta de noche buena, sus tres brazos flacos unieron sus copas. Se abrazaron y
los árboles también los abrazaron.
No hubo justicia, en aquel abrazo que se llevó la vida de tres.

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