lunes, 27 de marzo de 2023

MATERIAL FATIGADO

   Fue una tía, prima de su padre, hija de su abuela y hermana de su hermana. Quise armar el árbol, como cuando uno leía “Cien años de soledad”.

   Lo hice, no entendí nada, había personajes inexplicables, de generación en generación hasta llegar a un degenerado, que debo ser yo.

   Había una casa, ni grande ni chica, ni luminosa ni oscura. La heredé y nunca supe la razón. El Abogado me miró por abajo del hombro

   —Lo importante es que Ud es propietario de una casa, estará hecha mierda pero la puede restaurar. Su buenaventura se debe a que Ud es el único sobreviviente de la intrincada Flia Sieteaguas.

   Quedaba alejada de la ciudad, siempre es así, si la casa es grande y rara se encuentra en las afueras. Tenía puertas y ventanas abiertas. Había olor a fresias. El mejor lugar para escribir. El segundo piso tenía pedazos de pared derrumbados, arreglos improvisados de madera. Filtraciones claroscuro, Encontré una silla de escritorio antiguo y una mesa de camping. Tenía diez ideas craneadas, me siento a escribir y cuando galopo en la tercer hoja, la silla tiembla y se parte en dos. No me gustó ese recibimiento, además me lastimó los glúteos. Conseguí un banquito matero y aproveché la noche, donde fluyo sobre el papel. Mientras estaba en eso vi pasar por los insterticios de las maderas un tipo alto y una mujer enana. Salí por la ventana, el tipo alto era hijo natural de mi abuelo y la enana era hija de padres hermanos. Los hice pasar, comimos juntos, casi me atraganto cuando declararon estar casados. Ellos vivían en un monoambiente cerca de escobar, me querían advertir que cuando sintiera temblores saliera de la casa, se venía el derrumbe final. Me parecieron agoreros mistificadores.

   Seguí escribiendo más horas que antes, dejaba pasar desayuno, almuerzo y cena. La historia fue un regalo de la casa, el Lungo y la Enana fueron los protagonistas, yo todavía no sabía si optar por la primera persona o por la última, me tentaba aquello de “Los últimos serán los primeros”. Dormido sobre mi novela terminada, comenzaron los temblores, salí caminando entre mampostería cayendo. Los marcos de las puertas resistían. Atravesé un agujero y corrí hasta el camino. Llegué a la Ruta, mientras esperaba el micro escuché y miré cómo la casa se derrumbó y se adentró en la tierra.

   —¿Y Señor, va a subir o se queda?

   No le contesté, mis manos estaban vacías, olvidé mi novela dentro de la casa. 

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