viernes, 10 de marzo de 2023

EL GATO

   —Chicas, tengo la solución, vos Cande, que fuiste dibujante te podés encargar de los planos, tengo una novedad, los sótanos del Banco se comunican con casa.

   —¿Y qué tiene que ver, lo vamos a robar? ─preguntó Selva.

   —Dalo por hecho, somos cinco viejas con entrenamiento de Pilotes, Zumbada, Kunga Funga y tenemos fuerza tipo barrabrava.

   Poli pensó que tenían un perfil ideal, viejas, flacas, encorvadas, rodetitos tristes blancos y vestidos de cuarenta año atrás, con carteras para la polvera.

   Raquel, autora intelectual, le puso número a las acciones.

   —Tenemos un finde largo, tres días. Primero bajar a nuestro sótano, acceder al de ellos con pico, pala y baldes, todo milicado, un dos tres, un dos tres, acceso directo a las cajas de seguridad y las de inseguridad.

   Cande decía que la adrenalina produce un acelere, por ahí terminamos antes. Aseguró que nunca en la vida, ninguna trabajó tanto. Hicieron perforaciones impecables, usaron antiparras y llenaron veinte cajas de efectivo, las cajas de los ricos y para no hacer diferencias, las de los pobres.

   Salieron dos primero y las otras tres atrás. Cinco viejecillas inofensivas. Les preguntaron si habían escuchado algo, todas mostraron sus aparatos auditivos y dijeron no escuchar en general. Subieron al auto, a la altura del Km 209 las paró la Policía. Hicieron bajar a la que manejaba:

   —Lo lamentamos señora, pero deberán dejar el vehículo, no tienen edad para conducir. Queda a buen recaudo en el Estacionamiento Municipal. Para retirarlo abonará 200.000 pesos y alguien joven que haga el trámite.

   Empezaron a caminar, las cinco recordaron que todo lo sustraído  quedó en el baúl del auto. Hicieron dedo, las levantó un camionero, que sólo escuchó de las cinco viejecillas, puteada tras puteada.

   Esperó a que se quedaran sin aire y preguntó y ellas le contaron. El camionero sabía el número de la patente, los siguió por la autopista:

   —Tranquilas, esto lo soluciono yo.

   Pasaron dos Km y allí estaba el auto, los tipos con el capó levantado y las tres cabezas metidas en el motor. Las cinco viejecillas observaron cuánta concentración lleva un motor roto. Con pasos inaudibles tomaron el capó y lo largaron sobre las tres cabezas. Un auto viejo es tan pesado, que con sólo dejar caer el capó se degüella hasta tres o más personas. El camionero rescató el botín y llevó las viejecillas a su casa, les acomodó los bártulos bien merecidos. Las chicas, que sumaban 390 años, le dieron como para una casita, bien merecido. El “Gato”, camionero, casi llora, después se acordó que los hombres no, y no. 

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