—¿Qué hacen los
pillines?
Así le
preguntaban a ella cuando había un primo y se hacía un silencio prolongado.
El padre de Anto
recibía la visita de su hermano y su cuñado, les debía tanto que decidieron
negociar. Atendió Anto a las seis de la mañana, besó a ambos tíos y corrió al
escritorio:
—Papá, te buscan
Rober y Furio. Hey Papi! Se te enganchó la corbata busco ayuda y vengo.
Los Tíos tomaban
café.
—No sé qué pasa,
no se puede desanudar la corbata, está parado…vayan, los hombres saben más de
nudos.
Furio lo
levantaba del piso, mientras Rober trataba de desanudar la corbata, la aflojaba
de un lado y se cerraba el nudo vecino.
—Dejame intentar
a mí, dale, tenelo vos.
Furio buscó una
tijera y cortó la corbata, tenía mucho filo, por torpe le perforó la carótida.
El padre de Anto
cayó sobre la alfombra, por suerte, roja.
—Yo lo quise
salvar y lo maté, yo, su propio hermano.
Rober se tapaba
la cara:
—¿Y yo que soy
partícipe necesario?, tenemos que pensar una coartada.
Golpean la
puerta despacio y se asoma Anto
—¿Qué le pasó a
Papi?
Respondió Furio:
—Nada, se hizo
un licuado de tomate, tropezó y se desmayó antes de empezarlo, pero ya está
reaccionando. Anto te llevo a la escuela.
—¡Sí! Me encanta
ir en tu auto a mil.
Ella tenía seis
años, a la salida nadie la fue a buscar. Vivió sola tres días, al tercero
aparecieron los Tíos. Se salvaron porque el Padre de la niña se suicidó. La
Justicia, que nunca ve nada, presentó unos expedientes con una página faltante.
Allí estaba escrito la parte de la aorta, les costó tres millones. Se quedaron
en la calle, con sus propiedades embargadas. Pensaron en Anto, no tocaron el
timbre, estaba abierto.
—Mis queridos
Tíos, claro que pueden vivir aquí conmigo. Hice un diagrama para cada uno.
Tendrán que cumplir todo lo que les ordene. El Juez espera cualquier novedad.
Él no sabe que yo presencié el asesinato y Uds tampoco, digo, por las caras
blancas y los dientes castañeteando. Tengo seis años, pero no soy tonta.

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