Se mudaron de un pueblo al otro. Buscaron
casa, el consabido “Se vende”, la persona que los acompañaba se reía porque a
ellos lo único que les importaba era el jardín. Olvidaban recorrer la casa. De
su pueblo trajeron treinta y cinco árboles medianos y cuarenta macetas. Acá
buscaron variedades de palmeras que no existían allá. Ella tocó el timbre de
todas las casas de la manzana triangular.
—Hola! Me llamo Andrea, cualquier cosa que
necesiten, estamos a disposición.
La atendían por
ventanas entornadas, eran desconfiados, hoscos, endogámicos. Hacía quince años
que allí crecieron paltas, nísperos, araucarias y palmeras, las más queridas.
Parecía una selva, siguieron con la plaza y los hijos de sus árboles.
Un día llamaron
del Municipio “Debido a las quejas de sus vecinos nos vemos en la obligación de
quitar todos sus árboles, incluídos los de la plaza.” Fueron a pedir
explicaciones.
—Dicen que las
ratas viven en sus plantas, atraen mosquitos, cucarachas y hormigas.
Al día siguiente
les dejaron el jardín pelado, inclusive se llevaron las macetas. Les hicieron
una multa que todavía están pagando. Ganaron una licitación donde nadie se
había presentado. Debían realizar un bosque turístico con caminos que tuvieran
salidas misteriosas. Diseñaron un paisaje selvático donde flias de inocentes
monitos viajaban de rama en rama. El interior de su casa tenía un estanque con
carpas anaranjadas, hidroponias y nenúfares.
Sus descansos
eran mirar su obra. Vinieron empresas anónimas y pasaron sus transcavator por la
selva exterior. Necesitaron abrir una calle, coincidió con la casa de ellos.
Quedaron despojados de todo, menos de sus ganas. Ahora son supervisores de
crear tierra fértil en el oeste del Sahara, luego vendrá la plantación, que no
pudieron hacer en su país.
¿Qué clase de
país es, que no pone montes en el campo, para guarecer las veinte vacas que le
quedan?

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