La madre lo
miraba:
—No te toques,
Arnoldo, aún delante de las visitas, o por la calle, si cruzás seguís con las
manos ahí, como si todo dependiera de tocarte.
Arnoldo seguía
con ese vicio, decidió mandarlo a un Psi muy conocido, llamado Oliverio
Redondo, recién recibido, con el promedio más alto de la Facultad y dos viajes
de investigación a Alemania. Fue la madre de Arnoldo que pidió día y hora para
empezar con el Psi Oliverio Redondo.
—Doctor Redondo,
vine porque me manda mi Mamá.
—Decime Oliverio
y tuteame, si no, me siento viejo. ¿Cuál es el problema de tu Mami afligida?
—Te informo que
mi Mami es una persona que desde que la conozco, vive afligida, su última
aflicción es que me toque, sabiendo el placer que me da. Oliverio, mientras
hablamos, ¿me permitís que me toque?
—Estos minutos
son tuyos, si querés tocarte, a mí no me
molesta para nada. Vayamos por parte, ¿pica?
—Nunca necesité
rascarme.
—¿Y entonces, a
qué debemos tu costumbre?
—Cómo ¿vos
también te tocás?, dijiste “debemos”.
—Es hablar en
plural, para que no te sientas solo.
—Todo empezó
cuando no supe qué hacer con mis manos, la ropa con bolsillos me venía
fenómeno, porque las metía allí, pero Mami empezó a comprarme sin bolsillos y
me sentí tan perdido, que me tocaba. Si mirás en boliches o en el Hipódromo,
incluso en la plaza, hay muchos tipos que se tocan, ahora con una sola mano,
porque en la otra tienen el celular. Mujeres no he visto, no saben lo que se
pierden.
—Decime,
Arnoldo, cuando seas más grande y te consigas una novia ¿vas a seguir con esa
costumbre?
—Ché, Oliverio,
me extraña que un tipo grande no lo sepa, si me aparece una novia, lo primero
que le voy a pedir, es que me toque.
—Bueno, Arnoldo,
tus respuestas me superan, Decile a tu Mami, que tenés el alta y le cedés tu
turno, veremos si lo suyo, es envidia del pene.

No hay comentarios:
Publicar un comentario