Me da aprensión
volverla a la vida, es mi obligación. Respira sola, está conectada, por eso
brazos y pies atados. Cuando despertara había que estar preparados: mordía,
arañaba, tenía una fuerza salvaje, sostenida por un diagnóstico sin solución.
El Dr fue el primero que la vio, ella sonreía inocente y clara como el alba.
Sus ataques eran
repentinos, podía estar departiendo con cualquiera en estado alfa y empezaba
por romper la vajilla y comerse al que tenía enfrente. Le daban sedantes
potentes, necesitaban camas y la mandaron a su casa con una Acompañante
Terapéutica, no funcionó, los mordiscos y arañazos hicieron que la Acompañante
renunciara. Se corrió la voz y nadie quiso tomar ese trabajo. A excepción de un
Antipsi que aseguró la curaría en un 40%. No tenían sesiones, él la dejaba a su
aire, comía en el plato del gato, tomaba agua del inodoro, dormía en la
alfombra.
—¡David, vení
pronto! Tengo pesadillas y no se quieren ir.
De inmediato se
hacía presente el Antipsi:
—Venga, venga,
se va a dormir en mi regazo, mientras le canto el Arrorró.
Le encantó que
David le enseñara a caminar en cuatro patas, aprendió rápido. David le vendó
las tetas y aprovechó la cantidad de pelo de ella para que pasara como un
perro, bordearon el mar. La llevó con collar, bozal y cadena. No quería volver
a su casa, le mordió el meñique al Antipsi, hasta quedarse con el dedito en la
boca. David se encerró en la casa.
—De afuera se escuchaban los ladridos, estaba convencida que era una perra y era una perra que se llevó mi dedo. Me armé de valor y salí, miré hacia el mar, ahí andaba la loca, entre los médanos, la dejé, es conveniente que los pacientes vayan a dónde quieran. Éste fue un caso, yo vivo en la regia casa de ella y ella en la casilla del perro.

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