Una tos de niño,
en el micro, hacía que Rufino descendiera antes del lugar, a donde se dirigía.
Las bacterias de la tosecita eran motivo suficiente para concurrir al médico de
vías respiratorias.
—Dr. le ruego
que me diga la verdad.
—La verdad es
que sus vías respiratorias están impecables, como lustradas con cera Suiza,
refulgentes.
Rufino,
contento, llegaba tarde a la oficina y les contaba a sus compañeros, que para
vías respiratorias, lo mejor era la cera Suiza lustrada. Alguno decía:
—Sí, tenés
razón, yo por eso me paso la microenceradora a diario.
El micro de
vuelta tomó por un empedrado que le daba en su espalda como latigazos. Se bajó
siete cuadras antes de su casa y corrió hasta el primer nefrólogo de turnos
inmediatos. —Mire Señor Rufino, con sólo apoyar mis manos, advierto que sus
riñones están perfectos.
Regresó a su
casa tranquilo, ingirió una sopa con fideos de letras. Un mosquito le picó el
brazo, fue a la guardia del Hospital, adujo una urgencia. El Doc dijo:
—Está lleno de
mosquitos, es común en el verano, no es anófeles, ni selvático, el mejor
remedio es rascarse.
Al entrar en la
cocina echó Raid, prendió una espiral y enchufó un matamoscos. La sopa de
letras, que Rufino tomaba para ser más culto, estaba llena de mosquitos
ahogados. Hirvió una papa y tiró la sopa. Por la mañana no pudo deponer. Salió
de inmediato a consultar un gastroenterólogo, que le realizó una colonoscopía:
—Colon perfecto
–dijo el Dr.
—Ya que estamos,
¿puede usted ver el estado de mi próstata?
El Doc puso a
Rufino en esa situación humillante y procedió.
Rufino salió más
que satisfecho con el proctólogo, que no encontró nada en absoluto. Lo echaron
del trabajo por ausencias reiteradas. Cuando salió de la oficina no supo qué
hacer y vio una casa, con una chapa que decía “Doctor Alberto Vaporano.
Psiquiatra-Psicólogo”. No despegó el dedo del timbre, salió el Doc en persona.
Lo hizo pasar al consultorio:
—Bien, ¿qué lo
trae por aquí?
Rufino relató
sus aprensiones que le hicieron perder hasta su fuente de trabajo. El Psi
Vaporano diagnosticó hipocondría y amagó a seguir escuchando a Rufino, que
partió con un “Hasta luego” y corrió a la Farmacia. Pidió el mejor remedio que
hubiera para la hipocondría. El Farma contestó:
—Si no fuera por
los hipocondríacos, las Farmacias dejarían de existir. Son nuestros mejores
clientes, elija usted mismo, cualquier medicamento le será útil.
Rufino eligió
siete cajas de cualquier cosa, salió tan contento que distrajo su atención y un
micro le pasó por encima.

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