viernes, 19 de agosto de 2016

SIN CUENTA

                                                    
   Preparó una mesa para veinticuatro personas. Nunca festejó su cumpleaños, hacía tiempo que estaba ausente de todo. Los cincuenta, como buena numérica, eran medio siglo.
   Invitó a sus hermanos y cuñadas, no conocía sus sobrinos, por eso no fueron. Lo decidió ella, gente desconocida no quería. Al tío Alberto, que murió, pero ella no sabía. Las tías del olvido, vivían en la misma casa de siempre y recibieron la invitación. Tres amigas de la infancia, que nunca volvió a ver. A los respectivos maridos de sus amigas, no los invitó porque no los conocía y no le gustaba festejar con desconocidos.
   Ella misma hizo la comida, una ensalada waldorf, costillas de cerdo con puré de ananá y papas con mayonesa casera, si se le cortaba trasladaba una cucharadita a otro plato, le daba al aceite e incorporaba el resto. Quedaba perfecta, junto a los camarones rojos, teñidos con remolacha y con ojitos de mostacillas rojas.
   Velas no puso, le recordaban la muerte.
   La iluminación fue dos focos espiralados de bajo consumo, que ella decoró con pintura celeste y blanca, remedando la bandera de su patria. Se dio un baño de espuma blanca, con un touch de rojo. Le revivió la cara, no le gustaba usar maquillaje.
   Las invitaciones fueron programadas para las diez.
   Un vestido negro, elastizado, hasta los tobillos, se miró al espejo y se vio sirena.
   Eran las once y no arribó ningún invitado.
   Pensó que le darían una sorpresa a medianoche, pero nada. Abrió un champagne cosecha el abuelo, tomó varias copas y vio la mesa multiplicada por dos, luego por tres, cuando llegó a cuatro se derrumbó sobre los cubiertos.
   Lamentó el rayo de sol que la despertó, lo pasó tan bien con sus seres queridos, tan afectuosos, esos abrazos fraternales, se divirtieron y bailaron, se rieron a comida batiente. Ella apagó las velitas y le cantaron la odiosa canción de costumbre. Fue una pena, se durmió antes de despedirlos.
   El rayo de sol abarcó el recinto, la vajilla estaba dispuesta a ser guardada. Los cubiertos limpios y las copas sin mácula.
   Ella se puso de pie y los anteojos se pusieron solos. Tomó un plato y los estrelló en el piso, junto con los otros veintitrés.
   Encerró en sus manos la punta del mantel, con sólo un esfuerzo, se liberó del trabajo de la bronca.
   Se cubrió con su jogging mañanero y sacó a pasear la perra, con una pinza y el bolsito de los regalos de la perra. Desde la plaza miró las ventanas de su casa, —Sííí…
   Parecía haber mucha gente detrás de los vidrios.
   Corrió ilusionada y fue feliz mientras cruzaba.
                                                                                   

1 comentario:

  1. LOS CONTACTOS SON COMO LAS PLANTITAS DE MACETA, HAY QUE REGARLAS SEGUIDO Y NO ESPERAR MILAGROS.

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