—Te doy esto
porque te lo merecés.-Y le ensartaba una cuchillada y otra y muchas-.
—Si me decís que
venías a las cinco, no es cinco y media, es cinco. ¿Qué hiciste de cinco a
cinco treinta? ¡Claro!, ahora no me vas a contestar. Atorranta. Pero tengo la
respuesta.
Siguió una mujer
con plataformas, todavía no se había lavado las manos. La tomó de la mano con
la excusa del tambaleo de los zapatones y que se podía caer. Y cayó. Fueron
amantes ardiendo, hasta que apareció un calzoncillo debajo de la cama, no le
pertenecía. Esperó que saliera de la ducha. Los calzoncillos eran de ella, los
había comprado para correr. Él no se enteró, apresuró el ensarte del cuchillo
sin filo y perdió un tiempo notable para llegar a las veinte puñaladas. Se caló
el sombrero y tomó el subte. Había un plasma que pasaba noticias “Se busca un
asesino serial, del cual no se conoce su fisonomía ni su nombre, el que pueda
aportar algún dato que se presente con los impuestos pagos.”
Una gitana lo
seguía a él, fue directa —¿No te acostás conmigo, corazón?
Vivieron en la
carpa de ella dos meses. La gitana dijo que iba a vender agujas, hora y media,
volvía. Él la siguió de desconfiado, ella era fiel. La encontró abrazada con un
tachero, tío de la gitana.
Llegaron a la
carpa, no había ni cuchilla ni cuchillo, encontró estacas de la misma carpa y
la estaqueó en los órganos vitales.
Tomó un subte
diferente, donde vio la noticia, “Un asesino serial”, agregaron su foto.
Convocó a todos los medios al Café de Juncal y Facultad de Medicina. Vendía al
mejor postor, la historia detallada de todos sus crímenes. Fue Primera Plana en
todo el mundo. Le hacían entrevistas diarias y la gente le pedía autógrafos.
Escribió un
libro, que va por 19° Edición.
Sigue matando
mujeres, pero como todos ya saben, no importa.
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