Primero me
molestaba dormir con ratas. Después me resultaron una compañía. Yo les hablaba
—¿Cómo están pichonas, odiadas por el mundo?
—¿Cómo están pichonas, odiadas por el mundo?
Entienden todo,
como los animales que uno trata de igual a igual. Hacíamos intercambios, yo les
conseguía algo para comer y ellas me traían algo para comer. El lugar me lo
daba Don Roque, una baulera, la última a la derecha. Me invitaba a comer a su
casa, mis ratas le daban impresión.
Una vez me
regaló veneno en pastillas, para la baulera, yo las tiré a una cañería en
desuso y la tapé hasta el fondo. A Don Roque le preocupaba que no se murieran
con sus pastillas. Un día le dije —No se moleste, se reproducen tan rápido, que
por más veneno que le eche, ellas sobreviven, no sé, les gustará el lugar.
Yo soy mendigo,
en la calle Pichincha y Batón Rouge, es lo más cerca de mi casa, algo me
ayudan.
Ahora hago más
horas, siempre hay un rico que tira un mango grande sin darse cuenta.
Después de eso,
vuelvo con mis compañeras que hasta limpian sus deposiciones y tienden mi cama,
al estar sobre el piso les debe resultar una pavada. Un día volví del trabajo y
mi baulera tenía olor a soledad. Estaba encerado, con una cama con patas y una
mesita de luz con lámpara. Sobre un agujero de la pared alguien puso un anafe.
De mis amigas ni rastro. Abrió el portón de la baulera Don Roque.
—¿Le gustó el
cambio que le hice? Por fin va a dormir tranquilo, las exterminé a todas.
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