La cobra estaba
acostumbrada a ser cinturón viviente. Se enroscaba en la cintura y su cabeza
hacía de hebilla. La compró una mujer, le hacía mimos a lo largo y le daba
piquitos en la lengua. La llevó puesta, parecía artesanal.
Fue la primera y
última compra que tuvieron, las mujeres temían a los ofidios. La compradora
tenía un amante vitalicio, dos días por semana y una amiga que hacía lo posible
por quitarle a su amante. Seguían esa amistad, vaya uno a saber por qué. Él
estaba encarnado en ella. Difícil cambiar de corral.
La amante jugaba
con la cobra y él, que la acariciaba con ternura pensando en la soledad de los
ofidios. Una tarde, estaban ambos en los preámbulos del amor, mientras la cobra
presidía esas acciones, con respeto y sin mirar.
Se escucharon
pasos de sigilo ladrón.
La amiga abrió
la puerta y la cobra, para protegerlos la mordió definitivo.
Llamaron una
ambulancia, explicaron el caso, pero la amiga murió antes de llegar al
Hospital.
—No tenemos idea de dónde provino la cobra, la buscamos con miedo,
pero nos dimos cuenta que el animal huyó. Igual aseguramos puertas y ventanas.
Luego de la
declaración perfecta, se acostaron a dormir la siesta, con la cobra al medio.
Hasta ella quedó con el stress alto. 
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