miércoles, 26 de abril de 2017

PÉRTIGA

                              
   Escribía en Do Mayor sin Dominante. Era la llave de seguridad de mis escritos. Nadie podría plagiarme. Pasaron semanas con el pentagrama vacío.
   Código de barras, una herradura grande de rictus, varias patas de gallo a los costados de los ojos, ojeras, bolsitas, papada, frente con depresiones y saliencias, en cauces hondos y dos terribles arrugas entre cejas. Lo más inquietante eran esas fisuras que en el enojo cerraban hasta transformarse en una grieta que me atravesaba la cabeza. Fui a la cama, pero el techo me acusaba del pentagrama vacío, esperando. Eché agua fría en mi ojos, cubitos. Sin secar la cara llegué al escritorio, era de noche, el gesto reflejo de prender la luz no fue necesario. El pentagrama iluminaba hasta el último rincón del lugar. Yo sabía que moriría, no sabía cuándo, por las dudas alargué mi vida para ver la última luna, era mi último deseo. Hacía tres semanas de lluvia y el cielo compacto como el holocausto.
   El 2 de Mayo, el fachismo cambió de rumbo. Salió una luna llena, a punto de parir estrellas. Tanizaki, el jardinero, cortaba cañas de memoria y su cara, paralela al cielo dijo “Está espléndida la luna, ¿verdad?, me dijo a modo de saludo, con voz sonora. Tiene usted muy buen gusto.” Sus palabras hicieron de la Luna un planeta. Llegó la madrugada y estaba viva, me alegró la postergación de mi muerte. Debo volver al escritorio, el pentagrama está a punto de caer, lo traté como papel y escribí sin notas, con premura, antes que el cielo se cubriera negro, lloviera y esta vez no había dudas que me moriría. Lloraba mientras seguía escribiendo, fui a buscar más papel y por el balcón la vi, tan soberana, tan generosa, le grité Tanizaki que no miró.
   Hasta que sonó Claro de Luna. Los dos teníamos las caras paralelas al cielo, mientras él decía “Tiene usted muy buen gusto”.
   Le agradezco que le ponga música a esta luna.
   Dos ventanas enfrentadas juntaron vientos mercenarios, se llevaron mis hojas. Tanizaki quiso alcanzar alguna, pero no pudo.
   —Y bueno, srta, piense que la Luna, tiene su cuento para leer. Tal vez mañana venga por otro…
                                          

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