Furio Falcone
volvía de un pueblo gaucho donde pasó sus vacaciones con la familia.
En el primer
peaje le cobraron 30 pesos —No sé qué tenemos que pagar, si las rutas no
existen.
No pasaron
veinte minutos y un segundo peaje, aumentó todo muy rápido, pagó 55 pesos.
Puteaba delante
de sus hijos, dieron con un pozo que los hizo saltar hasta el techo, allí se
prendió su mujer con las puteadas. Los chicos también, porque se golpearon las
cabezas contra el techo, puteaban, con un cierto contento nadie los reprimiría,
hacían un canon perfecto.
Pasaron veinte
kilómetros y un tercer peaje, cuyo valor ascendió a 85 pesos, antes de
entregarle el recibo con sonrisa robótica —Pueden estacionar al costado del
camino, traten de no interferir la salida o entrada de otros vehículos, pasará
un cafetero que ofrecerá un café chico y un grisín, sólo para el conductor.
Los chicos se
brotaron, la madre ya era planta, tironearon del vasito y el interior del auto
quedó lleno de lunares marrones, el grisín tenía dos pelos adentro. El padre se
fue transformando en Toro “Yo Te Mato”.
Sacó del baúl una
cimitarra (invento del abuelo). Corrió hasta la caseta del pago-recibo y le dio
con la cimitarra, quedó hecha una acordeón y la chica de los recibos,
totalmente decapitada.
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