Hay pocas
personas para sentarse a charlar, disentir, coincidir, no hablar durante una
copa, de bronca.
No sé si es una
alegría o una desgracia tener que recurrir a ellos…pero Rita me vuelve loco. No
por ser un bagayo, sino porque es compradora compulsiva, de las ofertas de
telefónica o los viajes en catamarán. Necesito de los muchachos, cada uno tiene
una arpía diferente en su haber. Y uno es un boludo que piensa en esta edad que
avanza y nos deja envejeciendo de a dos, para no estar tan solos.
Nacho es el más
amigo, sensato, prudente y excelente consultor.
—Yo ando solo,
tendrías que probar. Te crecen cuatro piernas, cuatro brazos y dos cabezas,
aunque dejar a Rita sola implica, el que se fue a Sevilla perdió su Rita. Me
encanta esa vieja.
El marido dijo —Es
una mujer entrada en años, pero no es vieja, además de sus defectos, tiene sus
virtudes, es hilarante, sabe imitar a todos Uds y a sus arpías respectivas. A
mí me imita y yo siento que me miro en el espejo, es sutil hasta la obsesión.
Me cansó Rita, aún poniéndole una almohada sobre la cara, cuando lo hacemos, no
me inspira nada, tiene sus años, su cuerpo la delata y su cerebro que piensa
que está buenísima.
—Rita, no quiero
estar más con vos.
Rita contestó —Bueno.
Estaban los tres
en el bistreaux, Nacho cruzaba copas de champagne mientras rozaban piernas bajo
la mesa.
Cuando Rita se
reía la gente lloraba de risa, un contagio desconocido, la alegría.
Nacho me la sacó
de encima. La obligó a cirugías agresivas, no se pudo operar la mirada.
Cuando nos
encontramos nos miramos largo y finito, nadie se dio cuenta. Sólo nosotros,
arrepentidos y resignados… 
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