martes, 4 de abril de 2017

DESAFÍO

                                                                
   Jan era un negro con rastas. Mi hija, Cielo, remontó con él y conoció el mundo. Tuvieron ocho hijos, eligieron nombres naturales, Luna, Nube, Sol, Estrella, Lantana, Romero, Ficus y Pino.
   No es casual, ella es astrónoma y Jan tiene un vivero. Dejaron los ocho a mi cargo por tres meses.
   Iban a celebrar una luna de miel, con ella de tres meses, para festejar el advenimiento del noveno. Ni bien estuvimos solos se largaron por puertas y ventanas gritando al mando de Pino, el menor. Los llamé a comer con dos cencerros, vinieron al galope como animales y gritaban en distintos idiomas. Dejé que comieran con las manos, con los pies y con la lengua.
   Fui a la cocina y llevé cinta de embalar al comedor —Los que terminaron, a lavarse los dientes y se ubican allí.
   Puse cinta de embalar en la boca de los ocho, les até las manos para que no quitaran las cintas. Los mandé a dormir y me acosté en un sofá de abajo. Amanecí embalado hasta el cuello. Me daban de comer en la boca y la cubrían con cinta hasta el día siguiente. El maldito de Romero me hizo pis en la cabeza.
   Cuando los padres volvieron, antes de lo previsto ¡Una bendición!
   Preguntó mi hija por qué estaba tan flaco y algo lastimado en la cara.
   —Atender a tus hijos me hizo bajar 25 kilos, pero son buenos, buenos chicos.
   Yo pensé en ellos como una tribu antropófaga. Se fueron enseguida, Jan no me soportaba y yo tampoco a él, subieron a un camión de guerra, los bastardos gritaban más que nunca. No me despedí de ninguno, ni me di vuelta cuando se fueron.
                                                                                                                          

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