jueves, 13 de abril de 2017

HERMANA

                                        
Judith era de esas personas de inconsciente salidor y parlante.
En lugar de decir: “¡Qué inteligente sos!”, le salía: “¡Qué indigente sos!” ó “te voy a regalar lo que más te asuste,” donde correspondía
“…te guste” y el más romántico “¿me podés pesar?” lo cambiaba por “besar”.
Lo que al principio fue del inconsciente, se convirtió en su hablar más cómodo. Hablaba lo que pensaba, sin concesión alguna. Judith, no era amiga de los filtros y coladores, que le pone la gente a la gente, para que el odio pase desapercibido.
Tenía pasiones desprolijas, se enamoró del novio de su hermana y se lo contó a la hermana y al novio. Ella, en una butaca y su hermana y el novio en el sillón doble, escuchando cómo Judith, se había enamorado de él. Justo de un novio débil y comodín. La hermana, presintió el infierno y dejó a su novio sólo, con Judith. Ni bien cerró la puerta, Judith estaba desnuda, en el medio del living de sus padres.
El débil comodín la dejó embarazada, se casó y a los tres meses, se fueron a vivir, a la casa paterna. Judith abrazó a todos y a su hermana le agradeció, no haberse interpuesto, en esa pasión que no tenía sosiego. Mientras le hablaba, se balanceaba y con ambas manos, masajeaba una panza inexistente.
La hermana la abrazó con ternura y devoción, mientras le clavaba unas tijeras, en el corazón.
                                                  

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