Judith era de esas personas de inconsciente salidor y
parlante.
En lugar de decir: “¡Qué inteligente sos!”, le salía:
“¡Qué indigente sos!” ó “te voy a regalar lo que más te asuste,” donde
correspondía
“…te guste” y el más romántico “¿me podés pesar?” lo
cambiaba por “besar”.
Lo que al principio fue del inconsciente, se convirtió en
su hablar más cómodo. Hablaba lo que pensaba, sin concesión alguna. Judith, no
era amiga de los filtros y coladores, que le pone la gente a la gente, para que
el odio pase desapercibido.
Tenía pasiones desprolijas, se enamoró del novio de su
hermana y se lo contó a la hermana y al novio. Ella, en una butaca y su hermana
y el novio en el sillón doble, escuchando cómo Judith, se había enamorado de
él. Justo de un novio débil y comodín. La hermana, presintió el infierno y dejó
a su novio sólo, con Judith. Ni bien cerró la puerta, Judith estaba desnuda, en
el medio del living de sus padres.
El débil comodín la dejó embarazada, se casó y a los tres
meses, se fueron a vivir, a la casa paterna. Judith abrazó a todos y a su
hermana le agradeció, no haberse interpuesto, en esa pasión que no tenía
sosiego. Mientras le hablaba, se balanceaba y con ambas manos, masajeaba una
panza inexistente.
La hermana la abrazó con ternura y devoción, mientras le
clavaba unas tijeras, en el corazón.
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