sábado, 1 de abril de 2017

MUY DISTINGUIDO TODO


   Encontré una foto familiar,-anteojos-, suegra labio una sola línea y nosotras tres de adorno con moños blancos almidonados y el pelo tan tirante que parecíamos chinas. Papá con la mano en mi hombro, depositando su cansancio para la foto.
   Mis primos, embarrados, se ven chiquitos al fondo, haciendo burla a todos, aprovechando que estaban de espaldas. Algunos de la flia no aparecen, mi tía Emma decía que tantos quedaba muy ordinario. Los pobres no salieron en ninguna foto, aun portando el mismo apellido comían aparte. Tiraban manteles en la floresta y sacaban canastos de comidas típicas.
   Nosotras tres huíamos de los finos y comíamos con ellos. Tía Betty no quería discutir con su suegra, nos pedía que volviéramos a la casa de tía Emma. Para hacer de estatuas vivientes y ella comentando a sus amistades que éramos, inteligentes y lo más importante, hermosas.
   Nos dio tedio y nos embarramos de pies a cabeza.
   De inmediato mi tía Emma hizo señas para que nadie viera, llegó la niñera y miramos cómo llenaba la bañadera. Mientras nos inundaba de espuma, Justa, así era el nombre de ella, nos contaba que Emma la trajo de Uruguay, cuando su madre agonizaba, no pudo despedirse porque tía Emma la necesitaba de inmediato.
   Le encargó todo tipo de tareas, desde cocinar hasta cambiar las tejas del techo —Era malísima, ahora es igual, ni una palabra a nadie, juren por Dios.
    Justa murió cuando éramos adolescentes.
   Se enfermó de gravedad y la mandó al Rawson, donde las cucarachas eran más grandes que los médicos. —Pertenece al servicio de la casa, no voy a gastar en una clínica.
   Nos había criado a las tres, mejor que nuestra Madre, a la cual no veíamos nunca.
   Cuando murió la tía Emma llevaron sus restos a la bóveda familiar. Parecía una biblioteca de cajones. Eran cinco estantes, leíamos los nombres. Fue agobiante, bajamos al subsuelo donde había dos estantes libres.
   En un rincón del piso, cuatro baldosas y una candela, escrito con brea decía Justa Rozas QEPD.
   Las tres odiamos la bóveda, los cajones, el olor a humedad con flores viejas y mi tía Emma.
   Prendimos la candela y rezamos, mientras ellas estaban en eso, corrí al auto, saqué toda la nafta que pude. Mis hermanas hacían que rezaban, me ayudaron con el combustible y sus encendedores, nos retiramos del lugar mientras el encargado del Cementerio llamaba a los Bomberos. Subimos al auto, las tres adelante.
   Íbamos despacio, mirando las casuarinas y el humo negro. Yo estaba en el medio, con la candelita de Justa. 
                                                                  

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