Hacía dos años
que vivía en un pueblo nunca censado, le calculé unos quinientos habitantes.
Iba a cualquier
negocio y siempre me preguntaban:
—Usted no es de
acá, ¿No?
Daban ganas de
contestarle: “No, soy de Marte, vengo a comprar galletas y leche y después
vuelvo”.
Pasaron cinco
años y seguían preguntando:
—¿Usted no es de
acá?
Yo lo cortaba
con un “Sí”, me retiraba sin saludar.
La estúpida
consigna “a donde fueres haz lo que vieres”.
Chicas jóvenes o
viejas usaban shorcitos cavados atrás, de modo que se exponía carne nueva, alta
y redonda o colgajos bailanteros de celulitis.
Dejé de vestir
ropa traída de otros lugares.
Corté unos
jeans, los cavé, mis túnicas descansan mientras me pongo remeritas cortas,
corpiño push-up, sandalias con plataforma y rodete deslizante. Así me saludaban
con sonrisa, que parecía querer decir, “Ahora sí sos de acá".
Fui de copas
sola, al único boliche del pueblo, alguien me miraba, otros también miraban,
pero alguien insistía. Me dio temor que ese alguien pensara en mí como una puta
de ocasión.
Me acerqué a su
lugar y le grité:
—Yo no soy
ninguna puta, a pesar de tu mirada descarada. Si querés algo de mí no seas
hipócrita y dale para adelante.
Los clientes,
ante mis gritos, se pusieron contra la pared. Salí con los tacones de costado
(no sé caminar con tacos altos) antes fui a pagar y me dijeron que alguien pagó
todo.
Afuera hacía
frío de bosque, la bruma no permitía ver hacia donde era mi casa. Escuchaba
pisadas, alguien me seguía. Tomó mi mano, dijo saber el camino. Una novia suya
vivía en mi casa antes que yo la comprara.
—¿Y qué pasó con
tu novia?
Triste dijo:
—Se fue de mí y
de aquí.
Con curiosidad
pregunté:
—¿Con alguien?
Su furia crecía
y desvariaba:
—¿Cómo me
preguntás eso?
No sé por qué le
di un beso, para atenuar su desdicha tal vez. Me llevó hasta un árbol tallado
con el nombre Julieta. Él pasó sus dedos por el tronco.
Dormimos juntos
y llegamos a estados cósmicos.
Por momentos me
decía Julieta y miraba con ojos eternos. Acepté ser su Julieta.
Cuando
terminamos lo que recién empezaba me llevó hasta el auto. Las sombras de los
álamos, las acacias, nos despedían con respeto y belleza. Saqué los brazos al
aire, el viento soplaba cálido y alguien manejaba. Lejos del pueblo, cerca de
vaya a saber.

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