Viajaba de Buenos Aires a La Plata. Antes de
llegar a La Plata se bajaba en Plátanos. Allí vivía su amigo de la
adolescencia. Iban caminando hasta la laguna, se sentaban en el banco de la
Estación y contemplaban en medio de las aguas emerger la Venus de Milo, hasta
con un brazo partido. Recogía su manto romano y parecía querer cubrirse o lo
contrario, secarse el cuerpo o intentar cubrirse de nuevo. No sé con qué mano. La
que le quedó después de la agresión que sufrió, fueron dos hierros asomando.
Ambos la miraban, la charla se interrumpía,
tenía que volver a La Plata, su amigo le preguntó si se casó.
─Ahí viene el tren, si no llego en horario,
Venus me mata.
A pesar de su dolor callado, cuando pasaba
por Plátanos, se bajaba del tren para sentarse siempre en el mismo banco. Era
el mejor ángulo para verla en todo su esplendor. Ella hablaba y es raro en una
estatua que hable.
─¿Por qué me viene a ver tan seguido?
─Me enamoré de usted, de sus curvas, de su
pudor y sus ablaciones. Pero como usted es estatua ni un beso le daría.
La Venus le contestó:
─Si cruza el lago aceptaría su beso.
Y él cruzó vestido con su valija de trabajo.
Le pesó pero llegó, ella lo miraba como sólo ella. Se dieron un beso tan
profundo que su admirador se quedó con un pedazo de piedra en la boca.
En el pantano perdió la valija, sus zapatos
se los tragó el pantano, al igual que pantalones y calzoncillos. Cuando llegó a
tierra firme había perdido todo, menos la piedra en la boca.
Se sintió en pleno estado confusional. Fue
hasta lo de su amigo que no entendía nada, desnudo y con una piedra descomunal
en la boca.
─Ya que me robaste mi mujer, tenés el
privilegio que te parta esta piedra en la cabeza. Mirá, ahora tenés una Venus y
cuarto.

No hay comentarios:
Publicar un comentario