miércoles, 27 de julio de 2022

MALA LECHE

 

   ─Yo pienso venir al humillante trámite de supervivencia hasta los ciento veinte años.

   Don Juan la miraba risueño:

   ─Bueno, el día que no nos veamos ya sabemos que la superviviente es usted.

   ─Que no le quepa duda, vengo de una familia de ciento y pico. Cuando me muera será por hartazgo.

   Don Juan, que iba por los noventa, siguió a Carmen Vidurria de noventa y cinco:

   ─¿Vamos por ahí?

   Don Juan no sabía dónde quedaba por ahí ni por allá, hacía tiempo había perdido la memoria de ese espacio. Por esta dificultad, confundía el inodoro con el zapato. La calle los recibió con motos y autos. Él la tomó del brazo y ella lo llevaba del hombro. La velocidad de la calle les era conocida, pero ambos miraban fuera de ellos, tantos salvajes juntos, parecían querer expulsarlos de la vida.

   Iban enlazados como troncos de glicina y llegaron “ahí”. Donde las verbenas. Los espliegos y robles sirvieron al descanso de los viejos, que recostados pusieron en orden los latidos de sus taquicardias. Un agente del desorden, pidió que se retiren porque ese sitio era público.

   Carmen Vidurria dijo:

   ─Usted mismo lo ha dicho, es público, debió confundirse de orden, vaya mijo, vaya.

   Terminaron en la cama de Don Juan, les llevó tiempo desanudarse y el doble, desnudarse.

   Recordar cómo era, les resultaba imposible.

   Él no sabía qué tenía que poner dónde y ella olvidó sus zonas erógenas. Se abrazaron y el recuerdo emergió. Carmen Vidurria despertó a Don Juan, le propuso un matutino. Claro, pensó él como ella no tiene que hacer nada, piensa que yo sí debo.

   Además, no recuerdo qué pasó y mucho menos cómo se hace.

   ─Bueno, ─dijo Carmen Vidurria─ entonces tomemos unos mates. Para mí es lo mismo.

   Ella trató de rescatar la memoria nocturna, sin éxito:

   ─Don Juan, voy a casa, me siento agotada, nos vemos en tres meses, es tiempo suficiente para reponerse.

   Cuando llegó el día, Carmen Vidurria se vistió como para un casamiento. Sombrero de paja de Italia, con el jardín de los cerezos cayendo en sus hombros, vestido de seda gris, con una cinta roja en la cadera.

   Le dieron el certificado de supervivencia, antes le tomaron la temperatura, si estaba fría no lo podían otorgar. Carmen Vidurria, mirando a ver si lo encontraba, escuchó una señora muy aseñorada:

   ─Usted busca al Señor Don Juan, él falleció hace una semana.

   Ella la miró como si el mundo hubiese dejado de girar:

   ─¿Y no dejó nada dicho para mí? 

   La mujer aseñorada preguntó su nombre:

   ─Sí, dejó un mensaje para usted, aquí está: “Querida  Carmencita, lamento haber partido antes que vos y lo que más lamento, es que ya, me acordé cómo se hacía”.

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