Yo puedo caminar
sola, no preciso ayuda. Uno de los chicos aseguraba que siempre la veía sentada
o acostada entre pastos altos.
Ella tenía pelo
largo, acaracolado, algo de medusa en los ojos. Cambió de idea, la Bella inmóvil:
—Quiero llegar
al río pero voy a necesitar que me tomen de los
brazos, estoy tan débil que apenas me podría arrastrar.
Para los chicos
era un juego, ella pesaría unos cuarenta y dos kilos, hicieron cuatro pasos y
estaban sentados en cómodas piedras. Sumergieron sus pies. La Bella apenas rozó
el agua, despidieron el día.
—Tengo frío,
apenas puedo mover las piernas ¿puedo pasar los brazos por sus hombros? Quiero
ir a mi casa.
Cuando llegaron
a la casa de la Bella, pidió descansar en las escaleras. Dijo que juntaran
todos los duraznos que encontraran. Allí no los comía nadie. Les agradeció:
—Voy a
permanecer sentada en las escaleras, es mi hora de estar sola, me están
llamando a comer.
—Vengan de
visita algún día, me gustan las aventuras con ustedes.
Ellos no la
podían olvidar ni por un segundo, pero no entendían porqué les sucedía, al cabo
de dos semanas fueron hasta su casa, atendió una señora sonriente, se escuchó
por detrás la voz de la Bella:
—¡Ya voy!
Entró en el hall
con una silla de ruedas, de cambios automáticos.
—¡Qué suerte que vinieron los dos! Así se
turnan para llevarme y me olvido de los cambios automáticos.
Los chicos nunca
entendieron porqué ninguno se dio cuenta, que la Bella era paralítica.

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