Mister Brown, casi un anciano, durante una
charla casual contó:
─Hasta que pierda el control de mis
esfínteres y dependa de alguien que cambiara mis pañales, ahí sí, recurro a un
geriátrico.
Voy a pensar en la cercanía de la muerte y
extrañar a mi jardín, el único amigo que tengo. Hay un banco de plaza en el
fondo, donde me siento todas las mañanas a tomar unos mates. Él se da cuenta
que estoy, se sienta en el respaldo del banco y canta melodías que parecen
sinfonías.
Un día me quedé dormido y el pájaro se posó
en mi hombro.
─¡Hola, Zorzal!, vas tomando confianza y
ahora donde voy yo, venís vos. No salgo más a la calle, prefiero estar sólo.
Eso lo aprendí con los años.
Lo bauticé Zorzalini y así lo llamaba y
aparecía planeando hasta llegar a mi lado. Debe tener sus necesidades y
comprender que a mí, su mejor amigo, no puede cagarme encima.
La mañana del 24 de septiembre, escuché un
grito importante, de alguien que agonizaba. Seguí durmiendo porque el grito
pasó.
El miércoles 25 de septiembre, caminé hasta
el banco, con mi mate. Se me cayó de las manos, Zorzalini yacía muerto. Sentí
un vacío, le hice su responso bajo el aguaribay.
Me enteré por un sobrino, el vecino del fondo
lo mató con un rifle. Le impedía dormir. Zorzalini era loco, capaz de ejecutar
sus sinfonías a las 4 de la mañana, a las 5, y como al señor le daba insomnio,
un día de odio lo mató con su rifle.
Seguí tomando mis mates en el mismo lugar de
nuestros encuentros. Tuve una sorpresa que casi me mata de alegría. Ahora
vinieron los tres hijos de Zorzalini.
Tengo tres amigos que me acompañan, uno en
mi cabeza, otro en mi nuca y el más jodón en mi codo. Escucho conciertos con
notas similares a las que aprendieron con su padre.
El vecino del fondo se murió.

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