Me mandó a
tres bancos en un día. Entré en su despacho, mojada de calor, arrastrando los
pies le dejé sus carpetas. El viejo se quejó por que no golpeé antes de entrar
y de mi aspecto deplorable para la imagen del estudio. Permanecí muda, si le
digo algo me echan. Si hablo en mi defensa me echan. No aguanté lo amenacé con
llamar a su mujer y contarle lo de Laurita. Se puso blanco. Caminaba como un
oso de zoológico y tomó la decisión. La echó a Laurita. Dejó todo a mi cargo,
el avaro no contrató a nadie. Las colas de los bancos dan sueño. Muchas veces
perdí mi turno por dormir. Cuando llego ordeno las carpetas, controlo el
trabajo de otros y pienso que también debería hacer el trabajo de ellos. Había
que corregirles todo. Llamó para decir que la limpieza de su despacho quedaba a
mi cargo, por seguridad. Puse cara de horror. Error, sin el agregado de la
limpieza me echa. Busco otros estudios, pero no hay. Siento que el laberinto
carece de salida.
Hoy se hizo
presente en mi escritorio, con ojos de sapo anunció que duplicaba mi sueldo. El
trabajo sería más aliviado. Ahora sólo debía hacer el trabajo de Laurita. Me
quería echar. Me quería echar un polvo. Hago como que lo dejo, tomo la
abrochadora más grande y le perforo el prepucio con repulgue criollo.

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