Juan De Los
Palotes se vanagloriaba de ser casi la mitad de Anónimo, el escritor más
conocido en el mundo, por ser tan pródigo en sus obras de géneros diversos.
Justo el treinta
y uno lo fui a encontrar.
Juan De Los
Palotes me miraba:
—¿Vos me conocés
de algún lado?
Él me dijo que
sí y adelantando pasos previos preguntó si lo aceptaba como esposo.
—A cambio de que
cambies tu nombre. Yo no voy a decir que me casé con Juan De Los Palotes, o
cuando te tenga que presentar a mis padres “Aquí mi prometido, Juan De Los
Palotes”.
Reconoció la
situación y cambió unas letras de su apellido, su nuevo documento decía Juan De
Las Pelotas. Me casé igual, me hinchó un poco las pelotas, elegí Francia para
nuestra luna de miel, tengo amigos en Lyon, Avignon y París. Lo presentaría
como Juan Delapal. Por fin no escuchaba ese apellido denigrante.
En el Aeropuerto
lo llamaron por altoparlante:
—El Señor Juan
De Las Pelotas olvidó una maleta, pase a retirarla, es de mano, así que la
tenemos a mano.
Corrió a buscarla
y besó a la maleta y a mí. Ya en casa me intrigó el contenido de aquella
pérdida que lo puso blanco. Había escritos para pedir un cambio de apellido.
Constaba que
podía hacerlo y que el veinte de abril se le entregaría su nuevo documento.
Ahora se llama Juan Tequiero. Fue el regalo de casamiento que más amé “Yo
también te quiero” le escribí en la tapa del inodoro con rouge indeleble.

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