Trabajaba en una
especie de rancho castillo o castillo rancho. Lo realizó un carpintero de
Bernal y un marmolero del Cementerio Platense. Desde los ocho años Domitila
cebaba mates, limpiaba, cocinaba, hacía los dormitorios, a cambio de techo y
comida. Los patrones la encontraron desmayada en la cocina, el exceso de
trabajo le produjo anemia, guardó cama tres días. A instancias del médico,
tomaron personal nuevo. Un mayordomo, una mucama, una lavandera y una niñera.
Quedó tiempo
libre para Domitila, su patrona la mandó a la escuela primaria y terminó su
secundario. Se convirtió en una dama joven y elegante. Quien no conocía a la
flia, creía que Domitila era la mayor de los hermanos.
—No puede ser
que confundan gente normal con los sirvientes. Domitila, si bien es cierto que
ahora es persona con estudios, sigue siendo sirvienta.
El más grande de
los hijos de la patrona, la quería como a una hermana.
Ella le leía
cuentos por las noches, abrazados, cerca del fuego. La menor de todos los
hijos, le tenía una envidia venenosa. En especial cuando a ella la confundían
con una sirvienta. Contó a su madre que su hermano y Domitila hacían chanchadas
en el sillón grande. No le creyó. La hermana comenzó con maldades, juntaba
cucarachas y se las ponía entre las sábanas. Le preparó un brebaje que la hizo
dormir cuatro días.
Aprovechó para
pelarle la cabeza y recortarle las pestañas. Lo peor fue cuando destrozó la
muñeca, el último regalo de su madre antes de morir.
Domitila craneó
una solución definitiva, esa tilinga nunca la dejaría en paz, parecía querer
matarla, todo iba in crescendo. La noche del eclipse, Domitila llevó a la
hermana al bosque cerca del río, le dijo que era el lugar para ver mejor.
Cuando se puso todo negro, la llevó a la punta de un risco.
Ella no quería
que Domitila la tocara, prefería ir sola.
El risco tenía
musgo, la hermana cayó al río caudaloso y revuelto. Domitila vio cómo la
hermana era arrastrada por el río, cuando no la vio más sintió alivio. Fue
rastreada por personas y perros, la búsqueda infructuosa, no obtuvo resultado.
—Ya va a
aparecer, estoy segura que volverá ─decía la madre, como un fantasma mirando el
río.
Al mes, Domitila
y el hijo mayor se casaron, cuando el cura dijo el consabido:
—Si hay alguien
o algo que impida esta boda, que hable ahora o calle para siempre.
La ceremonia fue interrumpida por la entrada
de la hermana, vivita y chorreando agua.
—Ninguna
sirvienta se casará con mi hermano.
Dijo el cura:
—Que sea
sirvienta, no es una razón, hija mía.
La hermana quiso
arrancarle los pelos a Domitila, olvidó que ella misma la había rapado. Los
novios, apresurados, dijeron que aceptaban, el cura los consagró de lejos, les
gritó que comieran una miguita de pan, es lo mismo que una hostia. Ellos
subieron al camioncito, repleto de libros, en la curvas, uno o dos se caían.
—Domitila, pensé
que la habías matado vos. ¡Qué garrón!
—¡¿Cómo se te
ocurre?!
Hizo media
sonrisa dulcemente diabólica.

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