Si aumentás de
peso es tu culpa, comés chocolate, bombones, papafritas, carne de cerdo, maní
con pesto. Eso lo hacés todo el día, hasta cuando vas al retrete, te llevás un
cacho de Cagañoli. ¡¡No!! La gente que te ve, piensa mal si te vas con el
salame al baño.
Comé un purecito
de calabaza al vapor y salteá el desayuno. Te va a doler la panza, pensá que
cada contracción es un kilo menos. Antes del noni noni final, tomá dos vasos de
agua y una cucharadita de gelatina sin sabor. El segundo día, es el de la
libertad. ¡Desayuná! Medio pocillo de té verde y una raja finita de queso
gruyere. Le agregás, para hacerla más americana, media rodaja de naranja,
exprimida en un vasito de licor.
Estás gorda, por
eso nadie del género humano te da pelota. Es por tu gordura, que hasta los
rateros cruzan de vereda cuando te ven venir. No le digas a nadie, pero vas a
la salida del Colegio de Ciegos y elegite el más pintón. Ponete al lado y
caminá, que sienta el calor que manan tus deseos, si deposita su mano en tu
espalda, vos saltá de alegría y le das un piquito profundo en la boca, con tu
lengua tocale las amígdalas. No tan hondo como para darle náuseas.
Cuando quiera
abrazarte y no pueda, le informás sin palabras que 360° no alcanzan para un
abrazo, por más largos que sean sus brazos. El pintón es ciego, pero no boludo.
Lo hiciste
sentir preso de una ballena. Postergá tus ambiciones eróticas. Bajá de peso con
una anorexia silenciosa. Tenés que escuchar el aplauso de: ¡¡Cómo adelgazaste,
gorda!!
No esperes que
te cambien el apodo, pensá ¡Cuarenta y dos kilos, gorda! Y te acostumbrás.

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