—Una entrega,
una devolución, un consuelo. Pero es su marido.
No se da cuenta,
necesita más que el mezquino afecto de Trini.
—A ella no le
importa ¿sabés que duerme solo?, no le aplica la inyección, olvida las
píldoras, la comida se la lleva Amparo. No puedo presenciar el ocaso del tipo
que nos hizo reír toda la adolescencia. Me acuesto con él casi todos los días
¿vos te creés que a Trini le importa? Al contrario, le hago el favor de no
tener relaciones.
Ella se ocupa de
él mejor que en el Sanatorio, las inyecciones no las siente, jamás olvida una
píldora.
Vino el Médico,
visita de control, habló con Cielo, como si fuera la enfermera. Entró Trini
simulando un ataque doloroso. Con gritos y angustia. El Médico la abrazó y ella
le lloró en la solapa. Una función de teatro.
—¿Hay
posibilidad de remisión?
El Médico la
miró a la cara. —Yo a mis pacientes les digo la verdad, no, no la hay, su
esposo ya lo sabe. Se enteró antes que nadie.
Trini siguió
llorando con lágrimas mendaces, “qué tipo resistente para morir, se prolonga
por los servicios ñoños de Cielo. Esta noche la jeringa la cargo yo. Ella, tan
triste, no lo advertirá. Para Cielo tengo té de lejía, eso se llamaría matar
dos pesados y parir una mujer única heredera.”
Por la mañana
Amparo llamó al Doctor, de urgencia, la Señora Trini tuvo un paro cardíaco
terminal.
El Doc se retiró
pensando que la muerte de Trini era una ironía o un castigo. Se olvidará como
casi todos los seres del mundo. Y el Doc de eso, sabía.
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