Nos reunimos a
charlar cinco amigas y Don Juan. El sol amigaba algunas flores con espinas y conejitos,
caras serias viraban a sonrisas de comisuras altas, mirando los pájaros
habladores de las cornisas, que pronto el hombre nuevo, transformaría en escombros.
Cada amiga tenía
un celular, nadie sabía con quién interlocutaban. Yo jugaba a escuchar
conversaciones de otras mesas. Tenía ganas de hablar cara a cara, casi sentí
felicidad cuando perdí mi celu y no lo repuse. Pasaron los minutos, la media
hora. —Soy la quinta de todas ustedes, vine porque me invitaron, deberían haber
avisado que era celulítrico el encuentro. Y yo, sola y desplazada.
Todas siguieron
con sus aparatejos en una mano y la otra, haciendo alas para poder expresar mi
protesta. Don Juan dijo no usar ese monstruo, yo lo invité a caminar por la
plaza de los tilos. El tema era la infancia, la sabiduría de la rayuela, el
ring raje, abrir la puerta y dejarla sin llave, mientras jugaban en la vereda a
la escondida.
Yo me entusiasmé,
él casi me invita a salir esa noche… sonó un celular y ambos giramos la cabeza
para ver la proveniencia. De pronto Don Juan, metió la mano en su campera y
sacó el celu. —Si me disculpás, es alguien importante.
Como si yo fuera
una verruga de baldosa o un manifestante aplastado, (era lo que más había).
Me puse de pie: —Don
Juan, sos tan idiota que prescindo de “tu amistad” volandera. Chanta, engaña
personas. Andá, volvé con las histéricas.

No hay comentarios:
Publicar un comentario