martes, 16 de octubre de 2018

FÁTIMA



   Tenemos que vender el televisor, el equipo de música, el piano Steinway de mi suegro.
   Salí corriendo con mi falsa tarjeta de extracciones. El sol del mediodía se clavó en mi cabeza y me hizo tropezar con un árabe musulmán. —¿De dónde viene Ud?
   Le pregunté pensando que deliraba. —Sucede que el avión en que viajaba, dejó de funcionar, Musulmania queda cruzando el océano y entre esperar sentado en el piso, arruinando con mugre mi traje blanco, preferiría alojarme en su casa, es la más normal del predio. ¿Será eso posible?
   No se lo dije, pero mi casa tiene un solo cuarto de huéspedes y otra pieza mínima para sus rezos. El agregado de la terraza para saludar a la Meca, un retrete de ducha, con un pequeño sanitario.
   —Si hay algo que somos los argentinos, es ser hospitalarios, sígame por favor.
   Sentí que no caminaba. —Alá nos pidió que la mujer fuera cuatro pasos detrás del hombre.
   ¿Cómo haría entonces para saber mi paradero?, percibía todo, su levedad le escuché llegar primero y yo cuatro pasos después. La casa estaba fresca, pidió hablar con mi marido. —Así es nuestro protocolo.  –Dijo-.
   Mario llegó contento, vendió el Steinway y salvó nuestras deudas. Cuando vio al árabe recostado en su sillón: —¿Quién es esta adquisición que ocupa mi lugar?
   El árabe musulmán contó sus percances y lo interrogó acerca de su estadía de cuatro días. Mi marido aceptó y nuestro hijo, que entró por la ventana, le apoyó su revólver de juguete y le preguntó: —¿Lleva armas o es de los que rezan y no se dedican a matar?
   La visita tenía muy buen humor y los convidó a probar dátiles de sus árboles. —Mostramos más pobreza que educación y nos atiborramos de dátiles. Conozco la situación argentina y veo que son víctimas de la debilidad hipócrita de sus gobernantes. Al atardecer subiremos a la terraza y leeremos algunas páginas del Corán. Luego quiero hablar con el buen hombre de la familia, en nombre de Alá. Su buena mujer me ha subyugado, dio la luz que necesito, quiero que sea mi primera esposa. ¿A cuánto me la vende?
   Quedé desbundada, el silencio fue eterno, pero vi a mi marido con un gesto de alivio que desconocía.
   —Doscientos mil euros.
   El árabe musulmán concluyó. —¿A Ud le parece que ese diamante tiene ese valor?
   A mí me pasaban por alto como si fuera un objeto a remate. No me importó el precio que dio esa bestia, a nuestros doce años de convivencia.
  El arábigo me acercó una maleta, para no llevar ropa occidental.
   —Le daré un baño querida Fátima.
   Me bautizó de nuevo, con una esponja oriental limpió mi cuerpo cuatro veces.  —Así quito el extracto que tendrá de su hombre.
   En el último baño usó su lengua suave y considerada, recorriendo hasta el último lugar de mi cuerpo, me envolvió en sedas térmicas y llamó a la Embajada de Musulmania, para realizar nuestro traslado en un avión privado.
   No me despedí ni de mi exmarido ni de mi satánico hijo, de todos modos habían salido a comer pizza. El día que nos casamos, me vistió él, con el sari de oro y amatistas de su abuela. La fiesta duró una semana. Nuestra casa era una reproducción del Taj Mahal en medio del desierto. Él me enseñó la misma noche de mi casamiento, todas las posturas amantiles del Kama Sutra.   

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