domingo, 7 de octubre de 2018

VOLCATÍN SECO FEO



   Quería ser arquitecto, pero los encargos laborales eran siempre de laberintos. Diseñé tantos laberintos y recibí premios, hasta el hartazgo. Hoy tengo ochenta y nueve años, mi hijo que es arquitecto práctico, liso, buscador de sol, luna, estrellas, sin media torzada. Para abrir una puerta, el aspecto tenía que ver con un dejà vu oriental.
   Me entregó una sola llave de hierro, oxidada, con un llavero hecho por un orfebre en piedras preciosas. Disfruté mucho de la lisitud de la casa, sin escaleras, con cocina y toilette, de puertas corredizas, hechas con diez gramados de pergamino chino. Pisos, paredes, ventanas y techo, autolimpiantes. Melania, mi querida esposa, disfrutaba la casa. Nuestros tres hijos no tenían trato con su madre, la consideraban una molestia para mi vida. Yo era cultor de la austeridad, ella amaba el barroco. Su primera intervención fue socavar el techo, para una catarata permanente y un jardín interno, rodeado de plantas africanas, importadas de Haití. Los libros cubrieron el piso de toda la casa, para evitar el olvido del libro y autor. Melania me obligaba a dormir sobre una estera cerca de la catarata, para no escuchar mi respiración. Podía comer sólo arroz todos los días y noches y tomar té de comadreja. No quería que vinieran mis hijos, de ella no eran, tenían olor a edificio y mis nueras le despertaban una competencia que le daba insomnio.
   —Y que tampoco vengan las putitas de tus hijos.
   Ignoraba sus nietos, no conocía sus nombres ni sus edades, cuántos eran, olvidó que tenía nietos. La locura de Melania hizo que todos comenzaran tratamientos psiquiátricos. Ella se pensó soltera sin hijos.
   Un día de su madre empastillada, nuestros hijos enterraron cuatro postes a la salida de la casa, los remataron con cabezas de papel maché, portando sus rasgos y a Melania le hicieron abrazar el tronco y pidieron que apoyara su cabeza. —Es para una foto familiar, es redivertido, Mami, como decís vos para hacerte la pendeja.
   Los hermanos cargaron tres escopetas de alto calibre. El menor habló primero: —Bueno, ahora digamos todos whisky, para una sonrisa general. No se muevan, cuando diga tres, disparo la foto. Los tres tenían excelente puntería. La madre murió recibiendo las benditas balas de los tres.
   Yo estaba durmiendo, me despertó el sonido contundente. Como los alzheimerianos olvidé la existencia de Melania y me fui a dormir a la cama grande. Cuando vi a mis tres preciosas nueras, les di un beso en la boca a cada una. Soñé que me acostaba con las tres al mismo tiempo. Y mis hijos aplaudían. Un regalo de Dios, el sueño.

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