Quería ser
arquitecto, pero los encargos laborales eran siempre de laberintos. Diseñé
tantos laberintos y recibí premios, hasta el hartazgo. Hoy tengo ochenta y
nueve años, mi hijo que es arquitecto práctico, liso, buscador de sol, luna,
estrellas, sin media torzada. Para abrir una puerta, el aspecto tenía que ver
con un dejà vu oriental.
Me entregó una
sola llave de hierro, oxidada, con un llavero hecho por un orfebre en piedras
preciosas. Disfruté mucho de la lisitud de la casa, sin escaleras, con cocina y
toilette, de puertas corredizas, hechas con diez gramados de pergamino chino. Pisos,
paredes, ventanas y techo, autolimpiantes. Melania, mi querida esposa,
disfrutaba la casa. Nuestros tres hijos no tenían trato con su madre, la
consideraban una molestia para mi vida. Yo era cultor de la austeridad, ella
amaba el barroco. Su primera intervención fue socavar el techo, para una
catarata permanente y un jardín interno, rodeado de plantas africanas,
importadas de Haití. Los libros cubrieron el piso de toda la casa, para evitar
el olvido del libro y autor. Melania me obligaba a dormir sobre una estera
cerca de la catarata, para no escuchar mi respiración. Podía comer sólo arroz
todos los días y noches y tomar té de comadreja. No quería que vinieran mis
hijos, de ella no eran, tenían olor a edificio y mis nueras le despertaban una
competencia que le daba insomnio.
—Y que tampoco
vengan las putitas de tus hijos.
Ignoraba sus
nietos, no conocía sus nombres ni sus edades, cuántos eran, olvidó que tenía
nietos. La locura de Melania hizo que todos comenzaran tratamientos
psiquiátricos. Ella se pensó soltera sin hijos.
Un día de su
madre empastillada, nuestros hijos enterraron cuatro postes a la salida de la
casa, los remataron con cabezas de papel maché, portando sus rasgos y a Melania
le hicieron abrazar el tronco y pidieron que apoyara su cabeza. —Es para una
foto familiar, es redivertido, Mami, como decís vos para hacerte la pendeja.
Los hermanos
cargaron tres escopetas de alto calibre. El menor habló primero: —Bueno, ahora
digamos todos whisky, para una sonrisa general. No se muevan, cuando diga tres,
disparo la foto. Los tres tenían excelente puntería. La madre murió recibiendo
las benditas balas de los tres.
Yo estaba
durmiendo, me despertó el sonido contundente. Como los alzheimerianos olvidé la
existencia de Melania y me fui a dormir a la cama grande. Cuando vi a mis tres
preciosas nueras, les di un beso en la boca a cada una. Soñé que me acostaba
con las tres al mismo tiempo. Y mis hijos aplaudían. Un regalo de Dios, el
sueño.

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