Así no se puede
vivir, tenemos aguas servidas enfrente de mi casa. Llamo por teléfono para
presentar la queja.
—Si encontramo,
algún camión laburando, se lo mandamo.
Y qué le voy a
decir al tipo: “andate a la concha de tu madre, puto”. No, soy una señora. Dejo
las cosas así, no sé cómo detener mierda del edificio de la esquina. Voy a la
compra del supermercado “El Cagarca”, como dice el gordo ¿hacen un casting de
nombres? Aumentaron todo, todo, todo, el dueño es un mafioso que se caga en los
empleados, los hace trabajar hasta sábado y domingo inclusive. Busco queso de
rallar y del otro, prohibido comprar queso, el precio me lo impide. Me dirijo a
la manteca, que parece decir: —¡No me compres que estoy cara!
Llego a la
góndola de los fideos, es una comida que con un chorrito de aceite, siguen
siendo grises los fideos. Llevo un paquete y pienso ¿estará muy viejo el aceite
de la jarrita? En casa hiervo agua y meto los fideos. Entran mis censores a la
cocina.
—¡Mamá! le robamos dos huevos al vecino y si hacés tortilla de fideos,
para variar…?
Los cortaría en
pedacitos (a los chicos) pero recuerdo un salamín que vive en la heladera,
medio salamín, una puntita de salamín, se lo agrego cortadito a la tortilla del
espanto. Yo no como, tengo que adelgazar. Mi Marido no come, se va a jugar al
fútbol. —Mami, si Uds son dos, que no van a comer ¿podemos invitar a dos
amiguitos que no comen nunca?
Esa noche dormí
intermitente, en un inter, escuché la bisagra de la cocina y pasos. La intriga
pudo más que mi cobardía, eran dos ladrones con capuchas apolilladas. La única
luz era la de la heladera, estaban en cuclillas. —Tiene que haber sobrado, algo
yo dejé, algo paras los viejos…
Casi tuve miedo
del hambre ajeno. —Chicos, yo sé quiénes son, tengo un paquete de arroz
escondido y perejil y albahaca de mi huerta deprimida, espero que les alcance -les
besé la frente y pedí sus capuchas- yo se las remiendo, quedarán nuevas. Les
servirán para otra ocasión, si la cosa sigue dura.

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