lunes, 15 de octubre de 2018

TIEMPOS PRESENTES



Se transformó en una Editorial grande, con prestigio de pueblo. Empecé a escribir viendo a mi hermana cómo se divertía y sufría.
   Nuestro padre nos dejó una Papelería con biromes deslizantes y miles de cuadernos. En ese lugar dividimos nuestros escritorios. Absoluto silencio, árboles, pájaros amigos que compartían nuestro mundo construyendo nidos en ramas que crecían horadando las goteras del techo. Cuando mi hermana murió, después de veinte publicaciones exitosas, donde no ganó un peso, para seguir editando trabajaba en cualquier cosa. Yo tengo pocos años, veinte menos que mi querida hermana, pero produje tanto que fui a la Gran Editorial, con algo de material, pedí hablar con el viejo que apareció en la recepción, tenía el aspecto de una rama en pleno proceso de sequitud. Indefenso.
   Mi material lo arrebató, quedé pasmada porque mientras leía, se reía, lloraba. —Qué bueno está esto ¿Cómo es tu nombre?
   —Ramira.
   Deslizó sus anteojos hasta la punta de un grano que le salvaba la caída de sus gafas. —¿A qué viniste, Ramira?
   Tenía ojos escurridizos, brillantes y mezquinos. 
—Mi hermana trabajó para Ud., años, donde sus genialidades eran recibidas con indiferencia, editadas, nunca recibió lo merecido. Cuando muere, sus obras se vendieron aún en lugares ignotos, tanto que hubo segunda y tercera edición. Los réditos me fueron otorgados y vengo a comprar su Gran Editorial.
   Me miró con acritud agonizante. —El precio total es de veinte millones de pesos, nada y si le parece bien la espero mañana mismo.
   Me dio gracia su perversa ingenuidad, si yo tuviera esa suma, me voy de este país de mierda a otro país de mierda. Sería igual, pero distintas mierdas. Tengo un amigo cariñoso que trabajaba hasta catorce horas por día, el lugar es un sótano, fabrica billetes falsos, de 1000 pocos, de 500 y 100.
   —Mirá Fabricio, me tenés que hacer un favor, necesito veinte millones mañana mismo. ¿Podrás?
   Siguió trabajando. —Te quiero desde los  siete años, vi crecer ese culito y esas lolas. Admirables, ni se me ocurrió mancillar esa perfección. Cerrá los ojos y abracadabra, acá tenés lo que me pediste.  
   No lo pude creer, le extendí la mano, me pareció que su gesto merecía ese respeto. Fui a lo del viejo avaro y le deposité en el escritorio, ante sus anteojos que no los pudo detener ni el grano, cayeron y se hicieron trizas sobre los veinte millones.
   Mientras cruzaba el cielo, las nubes bien podrían ser refugio de mi hermana. Le conté todo, escuché su risa y no es que me pareció, se rió tan fuerte que todo el pasaje sonreía complacido.
   Me presenté a un concurso en España. El premio fue de quince mil Euros más su edición. Es un mundo raro, la plata del premio era falsa. La gente estaba tan acostumbrada, que nadie corroboraba si los billetes eran genuinos o no.

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