Se transformó en una Editorial grande, con prestigio de
pueblo. Empecé a escribir viendo a mi hermana cómo se divertía y sufría.
Nuestro padre
nos dejó una Papelería con biromes deslizantes y miles de cuadernos. En ese lugar
dividimos nuestros escritorios. Absoluto silencio, árboles, pájaros amigos que
compartían nuestro mundo construyendo nidos en ramas que crecían horadando las
goteras del techo. Cuando mi hermana murió, después de veinte publicaciones
exitosas, donde no ganó un peso, para seguir editando trabajaba en cualquier
cosa. Yo tengo pocos años, veinte menos que mi querida hermana, pero produje
tanto que fui a la Gran Editorial, con algo de material, pedí hablar con el
viejo que apareció en la recepción, tenía el aspecto de una rama en pleno
proceso de sequitud. Indefenso.
Mi material lo
arrebató, quedé pasmada porque mientras leía, se reía, lloraba. —Qué bueno está
esto ¿Cómo es tu nombre?
—Ramira.
Deslizó sus
anteojos hasta la punta de un grano que le salvaba la caída de sus gafas. —¿A
qué viniste, Ramira?
Tenía ojos
escurridizos, brillantes y mezquinos.
—Mi hermana trabajó para Ud., años, donde
sus genialidades eran recibidas con indiferencia, editadas, nunca recibió lo
merecido. Cuando muere, sus obras se vendieron aún en lugares ignotos, tanto
que hubo segunda y tercera edición. Los réditos me fueron otorgados y vengo a
comprar su Gran Editorial.
Me miró con
acritud agonizante. —El precio total es de veinte millones de pesos, nada y si
le parece bien la espero mañana mismo.
Me dio gracia su
perversa ingenuidad, si yo tuviera esa suma, me voy de este país de mierda a
otro país de mierda. Sería igual, pero distintas mierdas. Tengo un amigo
cariñoso que trabajaba hasta catorce horas por día, el lugar es un sótano,
fabrica billetes falsos, de 1000 pocos, de 500 y 100.
—Mirá Fabricio,
me tenés que hacer un favor, necesito veinte millones mañana mismo. ¿Podrás?
Siguió
trabajando. —Te quiero desde los siete
años, vi crecer ese culito y esas lolas. Admirables, ni se me ocurrió mancillar
esa perfección. Cerrá los ojos y abracadabra, acá tenés lo que me pediste.
No lo pude
creer, le extendí la mano, me pareció que su gesto merecía ese respeto. Fui a
lo del viejo avaro y le deposité en el escritorio, ante sus anteojos que no los
pudo detener ni el grano, cayeron y se hicieron trizas sobre los veinte
millones.
Mientras cruzaba
el cielo, las nubes bien podrían ser refugio de mi hermana. Le conté todo,
escuché su risa y no es que me pareció, se rió tan fuerte que todo el pasaje
sonreía complacido.
Me presenté a un
concurso en España. El premio fue de quince mil Euros más su edición. Es un
mundo raro, la plata del premio era falsa. La gente estaba tan acostumbrada,
que nadie corroboraba si los billetes eran genuinos o no.

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