Iba a pagar todos
los meses, yo la veía y desaparecía todo menos ella. Me había enamorado y
estaba ensoñado, controlando los días que faltaban para estar frente a ella.
Pagaba antes de la fecha, sólo para verla.
Tenía pelo
rubio, ojos celestes navegantes, ojeras de un tiempo pasado, como todos los pasados
entre felices y tristes, hacía sonrisas enormes para dar los buenos días. Sabía
cuáles eran mis autos y ni bien yo llegaba, estaban las dos facturas
dispuestas. Vivió en Bs As y le dieron el traslado acá.
Cuando no había
gente, charlábamos, opinaba como todos: —Me gusta el paisaje, pero no me gusta
la gente.
Remanido el
comentario, lo decía con convicción ausente de maldad. —Si no lo tomás a mal,
Sofía, te invito el viernes a comer afuera.
—Te digo que sí,
por supuesto. ¿Vos notaste que aquí no hay hombres como para una salida?
Uy! Perdoná, Leo, pero ves, eso es otra cosa, es un lugar donde la verdad
ofende. No es por agenda apretada, pero me gustaría que tu invitación la
postergáramos quince días, debo visitar a mis hijos, estudian en Bs As. ¿Puede
ser?
Me sorprendió: —Sofía,
hacé tus cosas, te espero.
Nos dimos un
beso mejilloso, rápido y el consabido “nos vemos”
Atendí el
celular. —¿Señor Leo Gamba? Se le comunica de empresa “La Empresa”: lleva diez
días de atraso en sus pagos y como Ud es tan puntual, pensamos que había tenido
algún inconveniente.
Viejo tonto. —¿Podré
pagar en cinco días más?
Lo dio por
supuesto y adiós gracias. Fue el día que Sofía se reintegraba a su trabajo, no
la encontré, en su lugar había una persona con cara aindiada, sin sonrisa, le
extendí mis recibos, recién conocía los trámites, pero realicé mis pagos.
—Leo!, Leo!, me
ascendieron, por eso tengo el escritorio en otra ratonera.
No la reconocí,
era una otra Sofía, su hijo, especialista en cirugías, le realizó un trabajo en
lo que parecía gritar “Quiero ser como antes”. Su cara se redujo a un círculo,
donde los ojos se le fueron atrás, las ojeras escondieron su historia en
tensiones chináceas. Su bella boca, parecía un pezón que escondía dientes y le
impedía sonreír amplio. Bajo un sweater, la ausencia de corpiño y dos naranjas
rígidas, eran sus tetas nuevas. Con voz chillona dijo: —¿Vos sabés que nadie me
reconoce? Y para tu alegría, mis lolas no tienen uso, mi boca tampoco, está
todo reservado para tu primera función.
Me pareció tan
guarra, impúdica y patética. Extrañé sus tonos suaves, sus camisas rectas, sus
babuchas de adolescente, la flacura pluma de su silueta, sus charlas
melancólicas.
—Antes de
retirarme, Sofía, te quiero decir que estás preciosa y lamento suspender
nuestro encuentro. Esta noche parto para Nueva Zelanda, me contrataron para
unos trabajos que les resultaron interesantes. En algún momento nos volveremos
a ver. Sos una persona inolvidable, Sofía.
Si le decía lo
que pensaba: “Sofía, sos tan olvidable, que das hipotermia”... No se puede decir
todo en la cara, aquí.

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