viernes, 12 de octubre de 2018

EMPRESA "LA EMPRESA"



   Iba a pagar todos los meses, yo la veía y desaparecía todo menos ella. Me había enamorado y estaba ensoñado, controlando los días que faltaban para estar frente a ella. Pagaba antes de la fecha, sólo para verla.
   Tenía pelo rubio, ojos celestes navegantes, ojeras de un tiempo pasado, como todos los pasados entre felices y tristes, hacía sonrisas enormes para dar los buenos días. Sabía cuáles eran mis autos y ni bien yo llegaba, estaban las dos facturas dispuestas. Vivió en Bs As y le dieron el traslado acá.
   Cuando no había gente, charlábamos, opinaba como todos: —Me gusta el paisaje, pero no me gusta la gente.
   Remanido el comentario, lo decía con convicción ausente de maldad. —Si no lo tomás a mal, Sofía, te invito el viernes a comer afuera.
   —Te digo que sí, por supuesto. ¿Vos notaste que aquí no hay hombres como para una salida? Uy! Perdoná, Leo, pero ves, eso es otra cosa, es un lugar donde la verdad ofende. No es por agenda apretada, pero me gustaría que tu invitación la postergáramos quince días, debo visitar a mis hijos, estudian en Bs As. ¿Puede ser?
   Me sorprendió: —Sofía, hacé tus cosas, te espero.
   Nos dimos un beso mejilloso, rápido y el consabido “nos vemos”
   Atendí el celular. —¿Señor Leo Gamba? Se le comunica de empresa “La Empresa”: lleva diez días de atraso en sus pagos y como Ud es tan puntual, pensamos que había tenido algún inconveniente.
   Viejo tonto. —¿Podré pagar en cinco días más?
   Lo dio por supuesto y adiós gracias. Fue el día que Sofía se reintegraba a su trabajo, no la encontré, en su lugar había una persona con cara aindiada, sin sonrisa, le extendí mis recibos, recién conocía los trámites, pero realicé mis pagos.
   —Leo!, Leo!, me ascendieron, por eso tengo el escritorio en otra ratonera.
   No la reconocí, era una otra Sofía, su hijo, especialista en cirugías, le realizó un trabajo en lo que parecía gritar “Quiero ser como antes”. Su cara se redujo a un círculo, donde los ojos se le fueron atrás, las ojeras escondieron su historia en tensiones chináceas. Su bella boca, parecía un pezón que escondía dientes y le impedía sonreír amplio. Bajo un sweater, la ausencia de corpiño y dos naranjas rígidas, eran sus tetas nuevas. Con voz chillona dijo: —¿Vos sabés que nadie me reconoce? Y para tu alegría, mis lolas no tienen uso, mi boca tampoco, está todo reservado para tu primera función.
   Me pareció tan guarra, impúdica y patética. Extrañé sus tonos suaves, sus camisas rectas, sus babuchas de adolescente, la flacura pluma de su silueta, sus charlas melancólicas.
   —Antes de retirarme, Sofía, te quiero decir que estás preciosa y lamento suspender nuestro encuentro. Esta noche parto para Nueva Zelanda, me contrataron para unos trabajos que les resultaron interesantes. En algún momento nos volveremos a ver. Sos una persona inolvidable, Sofía.
   Si le decía lo que pensaba: “Sofía, sos tan olvidable, que das hipotermia”... No se puede decir todo en la cara, aquí.

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