La billetera le asoma,
no le digo nada, por ahí al que la cache, le sirve más. A mí que no tengo nada,
no me importa, estoy acostumbrado.
Me saca de las
casillas esta mina de mierda. No entiendo, decidimos que la billetera la porto “io”,
porque ella es compradora compulsiva y yo soy un cajero cerrado y me porto como
un cajero cerrado. Hay comida siempre y hasta sé zurcir ropa. Las cuentas las
paga la billetera.
—¿Por qué llorás!?
¿Qué mierda te hice!? Y además sí, tenés razón, se me cayó del bolsillo. Sentí
como cuando intentamos tener sexo y lo mío se desliza lento, hacia afuera y se
achica sin remedio. Fue más o menos así, sólo que el tipo que la cachó parecía
un yuta de civil y le asomaba una culata del bolsillo. Yo me hice el boludo, no
voy a perder la vida por cuatro papelitos mugrientos y una cédula microcéfala.
Me doy vuelta y un flaquito cagado de frío, con pelo piojero, mira que al yuta
se le cae la bille ¿sabé que hizo el pobre tipo?
—Sí presenció,
te la devolvió.
—Suponés mal,
muy mal, el tipo, como si tal cosa, la pateó al buraco de la boca de tormenta,
donde el cordón dobla la esquina.
—Y vos la fuiste
a buscar.
—Tás loca!? Llovía
a cántaros, el agua corría a lo pavote, ni tuve necesidá de agacharme, vi cómo
se iba y ¿vos sabé que me alegró?, soy raro yo ¿no te parece?...

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