—Yo no tengo la
culpa que este hijo de puta haya llevado todo por las nubes, los dos más
grandes los pidieron sus abuelos, nos veremos los fines de semana. Ellos están
bien, de plata. Hasta pagarán las cuotas del Colegio, no quiero separar a la
familia, siento que se me pierde el corazón.
—¿Qué pensás?
Es la pregunta
más idiota de la Tierra, cuando parece que todo se viene abajo, ese clásico y
absurdo “¿Qué pensás?”—No tengo pensamientos, o sí, son demasiados, es una
manada de rinocerontes, que nos van a romper la vida y…
—Bueno, bueno,
sentate en mi falda, estamos nosotros, que no viviremos separados, los más
chiquitos se los lleva Antonia, no es para siempre, pero tampoco serán valijas
que vayan y vengan. Mi hermana está contenta, los quiere como suyos y ella
tiene tiempo para venir seguido. Siempre fuimos tan armónicos, los seis pisando
la arena y el mar que nos gustaba a todos. ¡Qué gobierno! Es una putada diaria
in crescendo y juegan una competencia para ver de dónde nos podrían sacar más
guita. Ni siquiera meten en cana a la perra y sus kachorros, ningún plan para
rescatar el dinero que se afanaron, vos me echás la culpa, tengo tres trabajos
y vos otros tres. Estamos juntos los dos, pero no nos vemos en la puta vida, un
ratito a la noche y morimos en la cama, presos de la mañana, con un café
inmundo y galletitas húmedas.
Encima me habla
como para que la vea peor, no sé por qué no se calla la boca. Nos veremos en lo
de Antonia este domingo, entre los dos grandes, los chiquitos, mis padres y
nosotros, haremos de cuenta que no pasa nada. Miraremos los cuadernos de los
chicos, algunos juguetes nuevos. Vamos a comer tallarines con pecheto, somos un
montón jugando a que no pasa nada. Dormiremos la siesta con nuestros hijos. Mi
suegra me dice al oído: —Ya va a cambiar, hay que tener esperanzas.
Ella lo dice,
pero yo sonrío quebrado, ni va a cambiar y las esperanzas, no recuerdo qué
eran.

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