domingo, 28 de octubre de 2018

CLAVADO



   Entró al negocio de reparación de zapatos. 
—Buen día, apellido y para hoy, ¿no?
   —No soy cliente, quiero pedir un remisse, pero mi celular no funciona. ¿Sería tan amable de pedir uno a esta dirección?
   Era un chico alto, lindo, muy lindo, bien vestido, con zapatillas de marca y ojos claros definidos. 
—Cómo no, espérelo afuera, porque éste es una flecha.
   Teresa lo miró a través de la ventana, el chico prendió un cigarrillo, lo apagó de inmediato porque el auto ya estaba.
   —¿Me espera un segundo? Debo cargar algunas cosas y el camión de mudanzas está al tope.
   Entró al pasillo de los departamentos colindantes a lo de Teresa.
   —Cargo una pantalla, un equipo de música y un microondas, y lamento no poder llevar la heladera, mañana vengo.
    Al remisero le pareció muy lejos, pero el chico y su gorra le inspiraron confianza, era un barrio picante.
   Al mediodía cayeron tres patrulleros y se colgaron del timbre, golpearon fuerte y la puerta era nueva, ella corrió y abrió.
   —Señora, va a tener que acompañarnos a la Seccional. ¿A usted le robaron?
   Tere contestó: —No, para nada.
   El poli dijo: —Tiene que acompañarnos a una rueda de reconocimiento, señale la persona que hoy por la mañana le pidió un remisse.
   Tere dio la descripción del chico. —Parecido a todos los de su edad, en fin, los acompaño.
   Toro, su marido, llamó a su mejor amigo, un excelente Abogado. Pidió que la llevara, para no dejar los niños solos y no quiso que vieran ese lugar gris y oscuro.
   Tere sintió el cuarto mundo, la sentaron en un banco alto, ella esperaba el vidrio que al otro lado es espejo. Pero no, éste era un papel madera, con un agujerito al medio, donde se podía asomar un ojo. Al otro lado, cinco chicos, altos, entre dieciocho y veinte años.
   —Cuando encuentre al acusado, pulse el botón.
   Asomó el ojo y observó que todos se parecían, comenzó a mirar de las zapatillas hacia arriba, tal vez esto se lo dio su oficio.
   El primero bajaba la cabeza, el segundo inclinaba su gorro, en el tercero se dibujaba el miedo, el cuarto tenía a aquellas zapatillas, no se le movía un pelo, derecho, bien depositado en el piso y la cabeza mirando directo al agujero, con los ojos clavados en el agujero. Tere escuchó que esos ojos hablaban, “Si me llegás a reconocer, te mato, a vos y toda tu familia”.
   Se tomó del brazo del Abogado. —A quien sea que deba dirigirme, ninguno de los chicos se corresponde con el que yo vi. Quiero ir a mi casa, este episodio fue muy desagradable.
   El Oficial Principal dijo: —La felicito por su valentía de ciudadana y haber cumplido como tal.
   El Fiscal agregó que hay pocas personas que se avienen a atestiguar. Lo de Tere fue una rareza.
   Cuando llegó a su casa, la esperaba la familia del departamento robado, contando que entre el remisero y la casa donde dejaron al ladrón, encontraron todo lo sustraído. Del chico no se supo nada, le agradecieron con abrazos.
   Teresa quedó catatónica, no dormía ni noche ni día, pensando en el acero de esos ojos, cuando clavaron los suyos.
   Pasaron dos días y abrió el diario, en primera plana estaba el chico esposado. Había matado con premeditación y alevosía a un matrimonio y dos hijos, cuya única pertenencia eran 400 pesos.        

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