—El tren que
tomo siempre para volver del laburo, estaba cortado por manifestantes, pidiendo
saber cuántos muertos hubo cuando chocaron aquella vez. No subí los escalones,
la gente me llevaba, no tocaba el piso, fue un ascenso descansado. Voy a la parada
de micros, todos los asientos ocupados por manifestantes, comiendo sánguches de
chorizo, te regalaban un sánguche al subir. Un asco, pura grasa.
—¿A dónde van?-Pregunté
a un chico con cara decente-.
—Vamo todo en
línea reta, te veo cara de bajar antes, yo te ayudo pero vo tirate.
Calculé bien, el
chico me empujó y caí largo a largo en la vereda.
—¿Qué me ves?,
no compré nada, los negocios bajaban las cortinas por miedo. Comemos el guiso
de anoche.
Hace cinco días
del guiso y la heladera más el corte de luz que tenemos, hace doce días.
Comimos en silencio, con vela al medio y pan viejo cortado estilo tostadas.
—No quiero
postre, estoy lleno. Un tecito te pediría.
Le iba a decir
que hay corte de gas, hace diez días. Puse la pava al sol, tardó, pero el agua
hirvió, debió ser el sol que parte, 40°. Aproveché y tomé yo también.
—¿Te puedo dar
dos cachetazos y un puntapié de media cancha, en los glúteos?, necesito
descargar mi bronca. No voy a romper la vajilla, que está carísima.
Lo dejé, después
de todo lo que había pasado. Me dolió, hijo de puta. —Dale, Cacho, vamos a dormir
la siesta desnudos.
Tenía ojeras, no
le dije a ver si le daba otro ataque.
—De acuerdo,
pero ponete lejos, tenés un olor a guiso viejo, más lejos, si podés, en las
baldosas, no me jodés y dormís fresquita.

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