Consideró su
vida aventurada, desmesurada, con afecto por malvones y desprecio por las
rosas, amigo de mostrador, de mesa, de casa. De casa del amigo, él nunca tuvo
casa, lo hacía sentir prisionero.
—No me acuerdo
de mi infancia, dónde nací, quién fue mi Madre, hasta la adolescencia olvidé,
debió ser feo. El día que desperté ya era grande. Trabajé tanto y diverso, que
me cansaría contarlo. Dormía con mi amiga, amante, gamba, inteligente y
pródiga. Rosita, pero era tan buenazaza, que me dejaba llamarla “Malvón”.
Tuvimos cuatro hijos, que se fueron con abrazos y nunca más supimos. Malvón
tenía el mantra: “Si hubiera sabido.” Y repetía “Si hubiera sabido, si hubiera
sabido, no los paría.” En un artículo en revista de consultorio, encontré la
foto de mi hijo más grande, viviendo en la punta más lejana de Tierra del
Fuego. Tenía sonrisa abierta, piel curtida como lonjas y ojos de loco contento,
era una entrevista: “Mis Padres no vivían, domaban la vida, ellos me hicieron
libre, al final logré lo que quise siempre, ser el último habitante de este
País, o el primero, depende cómo se lo mire. El de la punta, me gusta el mar,
cuando chocan los dos océanos lloro y aplaudo. No sé qué pasa arriba, ni quiero
saber, abajo está muy lejos y tanta agua me dejaría sin vida. ¿Y navegar y
cómo? Ud vino aquí cómodo y protegido, con otros, seguro. Yo tengo botes
inventados, hasta una balsa que me la tiró el Pacífico, le puse “Malvón”, como
mi Mamá. De acá no me saca nadie, el sol me pertenece, la tierra me pertenece,
las aguas me acompañan. Ojalá esto lo lea mi Viejo, lo quiero tener cerca. Hey,
Papi, si me ves, te espero, hombre loco, mi mejor Escuela.”

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