viernes, 8 de febrero de 2019

TANCREDI - MARTÍ



   Cuando volví de un día de playa, donde la felicidad existió, encuentro en la puerta de mi casa, cinco policías con un vehículo, fueron a mí, directo. Me puse blanca, pensé, chau me encontraron los tres porros que traje de La Plata. Pero no. Venían a anoticiar un accidente de auto en Las Flores, en la “curva de la muerte”, mi Papá y mi Mamá murieron en un Hospital que no tenía insumos, ni cirujanos.
   Conseguí al Abogado Tancredi, de Azul, para el Doble Homicidio Culposo por un auto viniendo de contramano, el de Martí, autor, era un Mercedes Benz antiguo y fortachón. El de mi viejo era un Volkswagen, cuando se empezaron a fabricar de plástico. Según el mitómano y ave negra Tancredi, la búsqueda del homicida Martí fue infructuosa, yo diría defectuosa, abandónica y cara. Embargamos el campo para pagar a Tancredi. Era un buffet donde el viejo delegó el caso a un abogaducho pideguita que jamás miraba a los ojos. Molestaron a toda mi familia con interrogatorios, sin resultados, claro, nadie presenció nada. Así es la Justicia, institución que pagamos para la molicie. Hace 23 años del hecho, yo pensaba en el resarcimiento económico, tal vez contaminada por el capitalismo sangriento.
   Ahora sería, mafiocracia chorra. Hubo una luz que me señaló otro camino. Buscar al culpable. Crucé hasta el Chaco, último domicilio de Martí. Me dijeron que se mudó a Paraguay, usé canoa, jeep, moto, bicicleta, la información que recibía era falaz. Un viejo de la calle me dio la posta, le creí porque era un ser caminador y de intemperie.
   —Ojalá que lo encuentre, mija, es un tipo perverso y dañino vaya donde vaya. Le conviene ir armada.
   Yo tenía una Luger, practiqué tiro con un maestro durante dos años. El combustible del odio aceleró mi aprendizaje. Sin saber quién era, lo conocí como si alguien inexistente me lo dijera al oído. Estaba tirado en un coy, con botellas de cachaa y latas de cerveza por doquier. Recuerdo que era una galería, conteniendo el calor del infierno, saqué mi Luger, la destrabé. Apunté, temblaba y transpiraba. Debía matarlo, pero no pude…   

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