María José sufre
los embates del calor, vive en casa de lata, allí Padre y Hermanos, se meten
todos juntos, en un pozo que llenaron de agua, forrado en poliuretano. La Madre
vigila, a ver si se le ahoga alguno. A María José le da asco sumergirse en esa
mugre de todos. Se va. Nadie se da cuenta, son muchos hermanos. En la esquina
la espera José María. Recorren el barrio de los ricos, que están de vacaciones
tres meses. —¿Vos te das cuenta las piletas que tienen todas las casas?
María José
desfallece, atraviesa el ligustro perimetral y se tira de cabeza al agua, se
olvida que tiene un vestido viejo, que arrancó el ligustro. Está desnuda.
—Si te tirás,
cerrá los ojos, estoy desnuda, me da vergüenza.
—María José, yo
también estoy desnudo, te conozco del Pre Jardín, vamos a nadar por abajo del
agua, parece cristal, acordate que hay playas donde toman sol y se bañan desnudos,
hombres y mujeres. Estoy de acuerdo, comen panchos, toman birra, pero ninguno
abusa del otro. Ché, la pile de al lado tiene un sector de hidromasajes, yo me
paso.
—Esperame, José
María. ¡¡Uuy!! Lo que es esto, tiene escrito los metros de profundidad. ¡Máximo
cuatro!
Ve emerger a su
amigo, le dice que al llegar abajo, se dé impulso con el pie. María José salió
con cara panicosa. —¿El hidromasaje está climatizado?
—Buena idea, descansemos, tiene reposeras de
mármol y chorros por todas partes.
Sintieron la
tranquilidad del agua tibia y el masaje intermitente, cerraron los ojos, ella
lo miró y José María tenía el pitulín parado como rama de árbol. Él admiró el
pelo de María José, que se abría en el agua como un abanico.
Los dos se asustaron,
a ella se le tiñó el pelo de rojo, en vez de pis le salía sangre. Los dos se
abrazaron, de miedo, de asombro, de ganas desconocidas.

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