viernes, 15 de febrero de 2019

OBRAS EN VIVO



   Entraban a los negocios y volvían locas a las empleadas, dos o tres, la tercera era la dueña. Nada tenía precio y preguntaban el valor de todos los percheros, elogiaban las prendas y se probaban todo.
   —¿Y? ¿Qué tal me queda?
   —Divino el corte, el color, pero te va chico, mirá este costado, se deshace en cada paso que das.
   —Decime, querida, ¿no habrá un talle más?
   —El talle es universal, tengo en otros colores, rojo, verde y violeta, rayados, con lunares grandes…
   —Por favor, no sigas, hace mal a la estética de mis oídos, yo quería azul marino, ningún otro.
   —Es lo que está a la vista, igual tendría que bajar unos kilitos…
   —¿Vos estás insinuando que estoy gorda?
   —Le seré sincera, no lo insinúo, está.
   —Igual voy a seguir mirando.
   Tomó otro vestido y llamó a su amiga. —Inés, mirá, es toda ropa fallada, ya rajé cuatro, tienen una costurita de nada.
   La empleada las corrió, ya se iban. —Señoras, tienen que pagar los daños.
   —Vamos, Inés, éstos son unos chorros, ropa de container y usada.
   Inés no dijo nada, por el escándalo, pero los vestidos tenían hasta olor a chivo. —Nosotras entramos a mirar, nada más, la confección es problema de Uds.
   Esa mañana no vendieron ni una chalina, a pesar que entraron unas veinte personas. De lunes a sábado ocurría lo mismo, las mujeres grandes y medianas, como no les daba para cafecitos, tomaban como lugar de diversión, entrar, preguntar, probarse, no comprar nada y poner cara de asco.
   —Ché, Inés, hace un calor de mierda. ¿Y si vamos a tu pelopincho, que es más grande que la mía? Tomamos unos mates y sol, después de las dieciséis.
   Inés, con entusiasmo de niña: —Después decimos que tenemos el dorado que da Bora Bora y que volvimos hace unos días, nos van a  envidiar.

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