martes, 19 de febrero de 2019

ENTRE HORTENSIAS Y JAZMINES



   Pasé por el jardín y en unos pasos crucé la cocina y estaban, la Tía Elvira, Camila, su hija, Papá, Mamá, los Abuelos, yo no estaba. Corrí la cortina de encaje bruseliano. Entraba un sol cálido por la ventana inmensa, de cristales repartidos y comían con prudencia, recordé a Prudencia, la más anciana presidiendo la mesa, yo no estaba.
   Los cubiertos hacían ruidos sincopados, masticaban con la boca cerrada, así fueron instruidos, respondían a todas las reglas. Menos Micaela, que corría a la Cocinera para desatar el moño almidonado de su delantal, yo no estaba.
   La Abuela tocaba el timbre bajo la mesa, bajo la alfombra.
   —Hija, debes educar a esta niña, Raimunda, la Cocinera, se ocupa de todo, no estamos en condiciones de tomar más personal.
   Yo no estaba.
   Papá andaba de amores con la Tía Elvira, desde antes de casarse con Mamá, que no ignoraba, pero callaba. El resto de la familia, murmuraba en las hamacas siesteras. Yo no estaba. Se escucharon gritos despóticos, Abuela levantó su bastón y dijo a Papá que no quería verlo más en esa casa. Luego convocó a la Tía Elvira, le entregó un pasaje a Colombia, partiría al día siguiente. Yo no estaba.
   Al atardecer, Mamá atardecía llorando, me extrañaba, le parecía injusto que Dios se lo hubiera quitado a los cinco años. Yo no estaba.

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